DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


Eva Ibarguren EVA IBARGUREN EVA DUARTE EVA PERON EVA PERON EVA PERON EVA PERON

María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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El siguiente texto sobre la gestación del 17 de Octubre de 1945, importante suceso dentro de la historia política argentina, contó con esta bibliografía, gentileza de la Biblioteca Argentina "Dr. Juan Alvarez" de la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina:

LA HISTORIA DE EVA PERON, Alfredo Andrés, Editorial Sánchez Teruelo, 1972, Buenos Aires, Argentina.
EL 17 DE OCTUBRE, Hugo Gambini, Editorial Centro Editor de América Latina, 1971, Buenos Aires, Argentina.
PERON, EL HOMBRE DEL DESTINO, Enrique Pavón Pereyra, Editorial Abril, 1974, Buenos Aires, Argentina.
Fascículos 74 y 76 de colección POLEMICA, del Editorial Centro Editor de América Latina, 1971, Buenos Aires, Argentina.
Fascículos 10 y 11 de la colección SIGLO XX del Diario LA NACION, Buenos Aires, Argentina.


EL 17 DE OCTUBRE DE 1945

En 1930, el militar Juan Domingo Perón ( 1895 - 1974 ) había hecho su primera experiencia política al participar del golpe que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen. Perón se convirtió una década más tarde en el ideólogo de la logia militar GOU ( Grupo Obra de Unificación del Ejército ), que se proponía unificar a los oficiales en torno a una doctrina, con un gobierno fuerte y decidido, y con un Estado militar rigurosamente organizado. 

Los sucesivos triunfos de la Alemania nazi, además de deslumbrar a la oficialidad argentina, crearon también la certidumbre de que Alemania ganaría la guerra. De acuerdo con las teorías hitlerianas, cada región del mundo debía someterse a la tutela del país más poderoso, lo que obligaba a Argentina a adelantarse a los demás países en ese terreno.

A medida que el nazismo se esfumaba, Perón descubría nuevos objetivos para el régimen militar, en el que él iba logrando posiciones. El itinerario de Perón se inició en la Secretaría del Ministerio de Guerra, con el cargo de jefe, el 5 de junio de 1943, bajo la presidencia del general Pedro Pablo Ramírez y siendo ministro de Guerra el general Edelmiro Julián Farrell. Desde ese minúsculo cargo, el coronel Juan Domingo Perón comenzó a desplegar una extraordinaria actividad, contando con la eficaz colaboración de un amigo suyo, el teniente coronel Domingo Alfredo Mercante.

En agosto de 1943, estalló una huelga en los frigoríficos a raíz de la detención de José Peter, dirigente del gremio de la carne y afiliado al Partido Comunista. Perón decidió tomar a su cargo el problema y citó a los representantes de ese gremio a su despacho, incluyendo al propio Peter. Consiguió el levantamiento del paro, la liberación de Peter y un aumento en los salarios de los frigoríficos. Esta experiencia sirvió a Perón para entrar en contacto con los gremios, conocer a sus dirigentes y la problemática de los trabajadores, y le dió la oportunidad de probar sus dotes políticas.

En octubre de 1943, Juan Domigo Perón se hizo cargo del Departamento Nacional de Trabajo, tras convencer a los generales Ramírez y Farrell de que se trataba de una dependencia anticuada cuya modernización se hacía necesaria. Así surgió la idea de convertir el Departamento en una Secretaría de Estado, la que fue denominada con el nombre de Trabajo y Previsión.

El coronel Juan Domingo Perón y su eficaz colaborador, el teniente coronel Domingo Alfredo Mercante. Secretaría de Trabajo y Previsión. Año 1943

El coronel Perón y el general Farrell. Año 1944

El coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Todos los días era esperado por docenas de personas a quienes atendía plenamente. Año 1944

Desde que Perón se hiciera cargo de ese organismo y lo remodelara, los resultados fueron muy concretos. En 1944 se firmaron en todo el país 127 convenios con intervención de las asociaciones patronales y 421 con intervención de los sindicatos obreros. De esa forma se satisfacían aspiraciones de la clase trabajadora largamente anheladas: aumentos de salarios por convenios colectivos, vacaciones pagas y estabilidad en el empleo. En diez meses, la Secretaría de Trabajo y Previsión incorporó mediante decretos a 2.000.000 de personas a los beneficios del régimen jubilatorio y creó desde los Tribunales de Trabajo hasta el Estatuto del Peón de Campo.

El 15 de enero de 1944 ocurre un hecho imprevisto y doloroso: el terremoto de San Juan. Sin pérdida de tiempo, el coronel Perón montó en su Secretaría una oficina con el objeto de recaudar contribuciones para auxiliar a las víctimas y se lanzó a una campaña para realizar una gran colecta popular en la trabajarían artistas de la radio y del cine, recorriendo las calles con alcancías, en un gigantesco festival programado para el 22 de enero en el estadio Luna Park.

La noche del 22 de enero, cuando entró con el presidente Ramírez para sentarse en la primera fila de butacas, Perón se topó con otro gran amigo suyo, el coronel Aníbal Francisco Imbert, quien le presentó a una acompañante. Era la actriz Evita Duarte, quien se sentó al lado de Perón y conquistó su amistad.  Diría Perón: " Ví en Eva a una mujer excepcional, animada de una voluntad y una fe que se podía parangonar con la de los primeros creyentes. Eva debía hacer algo más que ayudar a la gente de San Juan; debía trabajar por los desheredados argentinos puesto que en esos tiempos, en el plano social, la situación de la mayoría de los argentinos podía compararse a los sin techo de la ciudad de la Cordillera, triturada por el terremoto. Decidí, por lo tanto, que Eva Duarte se quedase en el Ministerio mío y abandonase sus actividades artísticas" Finalizado el festival, Perón se retira en un automóvil en compañía de Eva Duarte. Eva Duarte tenía veinticuatro años, Juan Perón cuarenta y nueve.

Un mes más tarde, en febrero, se produjo la renuncia del general Ramírez a la Presidencia y su reemplazo por el general Farrell, quien dejaba vacante el Ministerio de Guerra. Perón es nombrado ministro de Guerra. Y el 7 de julio de 1944, Perón obtiene la Vicepresidencia de la Nación, sin resignar por ello a sus cargos de ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. Un poder asentado sobre dos pilares: el Ejército y la clase obrera. Además contaba con el decidido apoyo de la Iglesia Católica, obtenido con la implantación de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas públicas.

Los empresarios, los comerciantes y poderosos industriales del país decidieron reaccionar en forma orgánica contra Perón y lanzaron un manifiesto el 16 de junio de 1945 en el que se exigía al Gobierno que rectificara su política social. Esto provocó una rápida respuesta del movimiento obrero, que comenzó a publicar tambíén sus solicitadas. Practicamente todos los sindicatos hicieron oir su voz de protesta contra el manifiesto patronal y ensayaron una ardorosa defensa de la Secretaría de Trabajo y Previsión. 

La batalla comenzó a ganar las calles, pues los manifiestos fueron reproducidos en carteles murales y pegados en las paredes. Millares de obreros se reunieron frente a la Secretaría de Trabajo y Previsión el 12 de julio para testimoniarle a Perón su adhesión. Los sectores de oposición convinieron en organizar una demostración de fuerzas y prepararon una gigantesca marcha por el centro de Buenos Aires, la fecha fijada fue el 19 de setiembre. Los efectos se conocieron a los pocos días, cuando el Gobierno del general Farrell reimplantó el estado de sitio el día 28 de setiembre. Esta situación generó conflictos estudiantiles, ocupación de universidades, redadas policiales, detenciones, y aceleró un proceso de deterioro en el Gobierno que culminó el 5 de octubre. Ese día se designaba como nuevo director de Correos y Telecomunicaciones a Oscar L.M. Nicolini, amigo de Juana Ibarguren, madre de Evita.

Los militares, ofuscados por la intromisión femenina en esa designación, estallaron en fastidio. En la noche del 8 de octubre de 1945, mientras Perón festejaba sus 50 años de edad, el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Avalos, fue a exigirle la renuncia y a informarle que le retiraba su apoyo militar. Tras unos momentos de indecisión, en los que cada uno buscaba afianzar sus posiciones, se llegó a la madrugada del día 9 con esta situación: Perón había perdido el apoyo de los sectores castrenses más poderosos y debía renunciar.

El general Eduardo J. Avalos, octubre de 1945

En el cuarto piso de Posadas 1567, donde vivía con Eva Duarte, el coronel Perón se paseaba inquieto aquella mañana del 9 de octubre de 1945, mientras Evita y unos cuantos oficiales amigos suyos, Mercante entre ellos, lo miraban sin decir palabra. - ¿ Qué podemos hacer ? - se aventuraba a preguntar uno de los oficiales. - ¡ Nada ! - contestó Perón -. No quiero sangre.

Aquella tarde, después de largas cavilaciones, Perón encontró la receta: utilizar la fuerza del adversario, como en el yudo, para devolver cada golpe. Y arriesgó una jugada esa misma noche, al entrevistarse con el presidente Farrell.

- Está bien, general Farrell - le dijo - . Han ganado ellos y debo irme. Pero por lo menos que me dejen despedir de mi gente antes de abandonar la Secretaría de Trabajo... - Por supuesto, Perón, nadie le va a negar eso. Yo lo autorizo para que usted se despida de la manera que lo crea conveniente. - Pienso hacerlo mañana mismo, no se preocupe.

En la mañana del día 10 se informó a todos los gremios que Perón hablaría a las 18 horas desde la Secretaría de Trabajo " para despedirse del personal y de los obreros ". Se ponía en práctica de ese modo la última posibilidad para retomar el poder: convocar a los trabajadores para lanzarlos a la batalla decisiva. Pero esta operación debía hacerse con sumo cuidado. Los pasos a dar, según las instrucciones del coronel Perón, serían los siguientes:  1)  Convocar a los dirigentes de todos los sindicatos para que traigan la mayor cantidad de obreros al acto.  2 ) Instalar un palco en la puerta principal de la Secretaría de Trabajo y altoparlantes en toda la cuadra.     3) Obtener la venia de Farrell para transmitir el discurso de Perón por la cadena oficial de radios, para que su palabra llegue también al interior del país.

A la hora fijada todo estaba en perfecto funcionamiento. Millares de trabajadores se apretujaban contra el edificio de la Secretaría de Trabajo, agitando banderas argentinas, carteles sindicales y retratos del coronel. Desde el palco construido sobre la calle Perú, entre Hipólito Yrigoyen y Diagonal Sur, se anunciaba a cada instante que Perón hablaría al pueblo " dentro de pocos minutos ". El permiso radial estaba concedido.

A las 19 horas en punto Perón subió al palco y agradeció las ovaciones en compañía de sus más cercanos colaboradores civiles y militares. El discurso no fue extenso, pero sí muy claro :

"Si la Revolución se conformara con dar comicios libres, no habría realizado sino una gestión en favor de un partido político. Esto no pudo, no puede, ni podrá ser la finalidad exclusiva de la Revolución. Eso es lo que querían algunos políticos para poder volver; pero la Revolución encarna en sí las reformas fundamentales que se ha propuesto realizar en lo económico, en lo político y en lo social. Esa trilogía representa las conquistas de esta Revolución que está en marcha, y que cualesquiera sean los acontecimientos no podrá ser desvirtuada en su contenido fundamental."

"La obra social cumplida es de una consistencia tan firme que no cederá ante nada, y la aprecian no los que la denigran, sino los obreros que la sienten. Esta obra social, que solo los trabajadores valoran en su verdadero alcance, debe ser defendida por ellos en todos los terrenos."

Esta última frase era un inocultable pedido a la resistencia. Sólo faltaba el ingrediente justo, y Perón lo supo dar con estas palabras:

"Dejo firmado un decreto de aumento de sueldos y salarios, que implanta, además el salario móvil, vital y básico"  Este anuncio fue recibido con verdarera algarabía, pero los dirigentes sindicales hicieron notar a sus afiliados que ese decreto no estaba aun firmado por el presidente y que jamás se pondría en práctica si Perón se alejaba del Gobierno. Para reafirmar esta idea, el diario peronista La Epoca, dirigido por el abogado Eduardo Colom, acababa de lanzar en su quinta edición el texto completo de ese decreto " por el cual  - decía - le han exigido la renuncia a Perón."

Todo indicaba que la salida de Perón de la Secretaría y su renuncia a los cargos de ministro de Guerra y vicepresidente de la Nación, significaba el fin de las conquistas gremiales, no solo de las que estaban en marcha, sino también de las que se habían logrado en esos dos años.

Perón insistió en su arenga: "Estamos empeñados en una batalla que ganaremos porque es el mundo el que marcha en esa dirección. Hay que tener fe en esa lucha y en ese futuro. Venceremos. En esta obra, para mí sagrada, me pongo desde hoy al servicio del pueblo, y así como estoy dispuesto a servirlo con todas mis energías, juro que jamás he de servirme de él para otra cosa que no sea su propio bien. Y si algún día, para despertar esta fe ello es necesario, me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo".

Los obreros peronistas recibían cada una de esas frases con vibrante excitación, ansiosos por participar de algún modo en lo que parecía ser la batalla decisiva. Perón sólo había sido autorizado a "despedirse", trataba de hacerlo en forma indirecta, apelando a los mismos recursos políticos que habían usado, antes que él, los caudillos radicales. Y lanzaba frases como ésta: "Calma, trabajadores, calma y tranquilidad. No entremos en el laberinto de la conspiración, porque poseemos la fuerza invencible de la verdad y de la razón".

Lo necesario para exacerbarlos aún más. Las columnas de obreros peronistas se disolvieron en pequeños grupos y algunos recorrieron en manifestación las calles céntricas.

Con su actitud, Perón dejaba las puertas abiertas a sus simpatizantes para que buscaran la forma de ayudarlo a reconquistar el poder. Pero esa forma no era otra que la presión popular sobre el Gobierno, tarea que quedaba en manos de los dirigentes sindicales, y aunque personalmente no parecía muy convencido de su estrategia, no tenía otro camino que esperar los acontecimientos. Por lo menos el primer impacto estaba dado: había un decreto de aumentos de salarios que defender y eso bastaba para movilizar a todos los obreros.

Previendo una represión por su actitud del día 10, en que la "despedida" se transformó en una convocatoria, Perón decidió irse de la vivienda de la calle Posadas y alejarse de la capital. Aceptó en principio una invitación del abogado Román Subiza para descansar en su estancia de San Nicolás de los Arroyos, y en la mañana del día 11 escribió esta esquela dirigida al general Eduardo Avalos: "Buenos Aires, 11 de octubre de 1945. A  S.E. el Señor Ministro de Guerra. Comunico a V.E. que a fin de esperar mi retiro he solicitado licencia. Desde la fecha me encuentro en la Ea. del doctor Subiza, en San Nicolás (Casa del Dr. Subiza. San Nicolás - U.T. 79, San Nicolás)".

Cuando la esquela fue entregada, Perón no estaba todavía muy convencido de ir allí. Tenía otra invitación: la de su amigo Ludovico Freude, quien le ofreció su isla situada en el riacho Tres Bocas, en el Delta. Indeciso, partió con Eva Duarte rumbo a San Nicolás, pero se detuvo a descansar en la casa de un amigo, cerca de Florida, apenas cruzó los límites de la capital, porque no se sentía bien. Pasó la noche allí y al día siguiente resolvió cambiar de rumbo para despistar a sus enemigos, temeroso de algún atentado, y se refugió en Tres Bocas, acompañado de Evita Duarte. Allí se revelaron los síntomas de una enfermedad que pareció agobiarlo: pleuresía.

Esa misma mañana, la del 12 de octubre, civiles antiperonistas se sentían dispuestos a consolidar la situación y se daban cita en la Plaza San Martín. Iban allí a reclamar el cese definitivo del régimen militar, porque desconfiaban de Farrell. La noche anterior, mientras Perón buscaba dónde refugiarse para estar tranquilo, doscientos oficiales de todas las graduaciones habían discutido ardorosamente en el Círculo Militar la forma de seguir adelante con el Gobierno. La "despedida" del miércoles 10 los había indignado y algunos de ellos querían el derrocamiento liso y llano de Farrell y la formación de un nuevo Gobierno militar. Otros, más serenos preferían "seguir con Farrell para evitar el fracaso de la Revolución".

Como las discusiones se hacían interminables, alguien sugirió que se llamara a los dirigentes políticos más notorios para recabar la opinión civil. Estos propusieron que el Gobierno fuera entregado a la Corte Suprema de Justicia. El resultado de las discusiones efectuadas esa noche del jueves 11 en el Círculo Militar fue contrario a toda salida civil.

Los militares coincidieron esa vez en que la Revolución no debía detenerse y por eso, al día siguiente, fueron a convencer a Farrell de que sustituyera a todo el Gabinete "porque esa es la única manera de que usted permanezca en la Presidencia". Para conformar a los sectores civiles, se formaría un nuevo Gabinete con dos ministros militares solamente: los de Guerra y Marina. Esas carteras quedarían en manos del general Eduardo Avalos y del almirante Héctor Vernengo Lima.

El almirante Héctor Vernengo Lima, balcón del Círculo Militar, Plaza San Martín, 12 de octubre de 1945

Farrell se resistió en un principio, pero fue convencido mediante un ultimátum: " Comprenda, general Farrell, que hay dos alternativas: o usted acepta cambiar a todos sus ministros o tendremos que relevarlo de la Presidencia ".

Al mediodía del viernes 12, una compacta muchedumbre se apretujaba frente a los balcones del Círculo Militar y se extendía sobre el césped de la Plaza San Martín.  Estaban allí desde las 9 de la mañana, cantando toda clase de estribillos contra la policía y los militares. La intenciòn era sustituir ese Gobierno militar por otro civil, hasta que las urnas decidieran el futuro de la República. Los políticos no confiaban en los militares, cuya permanencia en el poder había engendrado todos los conflictos.

"Nos quedaremos aquí hasta obtener el pronunciamiento que el país necesita", exclamó alquien enérgicamente. La frase fue rubricada con una ovación de la muchedumbre y casi simultáneamente se abrieron las ventanas de uno de los balcones del Círculo Militar, por el que aparecieron varios militares. Uno de éstos anunció: "Pueblo de Buenos Aires, el contralmirante Vernengo Lima va a decir lo que estáis deseando saber".

Apenas comenzó Vernengo Lima su discurso se originó un clima de malestar e inquietud. - Yo soy el almirante Vernengo Lima.  Nuestro país tiene una postrera tabla de salvación en la Corte Suprema de Justicia. Pero también tiene instituciones armadas, y el pueblo tiene la obligación de respetarlas, puesto que son suyas. Antes de recurrir a la última tabla de salvación, el país debe confiar en que el Ejército y la Armada, honestamente, ho-nes-ta-men-te - recalcó Vernengo Lima -, le propicie un gobierno. - ¡ No podemos confiar en los militares ! - replicó una voz.     - Usted no tiene derecho a dudar de la palabra del almirante Vernengo Lima ...

El diálogo que Vernengo Lima había entablado con la muchedumbre se iba haciendo cada vez más aspero. Sus palabras no lograban serenar los ánimos exaltados de la mayoría de los manifestantes, deseosos de una solución civil a la crisis.

- ¡ Todos son iguales ! ¡ Está mintiendo ! - vociferaban los más descontentos. Vernengo Lima retomó la palabra:

- Todo el Gabinete ha renunciado... - ¡ El Gabinete ! ¡ Diga el Gabinete ! - coreó la multitud. - Solamente puedo adelantarles en este instante que yo seré ministro de Marina... - ¡ Muera ! ¡ Muera ! ¡ Muera!

La multitud se fue ensanchando en la Plaza San Martín hasta colmar las calles adyacentes y dividirse en grupos bulliciosos que insistían en la entrega del Gobierno a la Corte.

Dos episodios que gravitarían en las decisiones militares se produjeron esa tarde. El primero fue la colocación de un cartel con la leyenda " Se Alquila " en la entrada del Círculo Militar. El segundo fue la agresión femenina al coronel Juan Molinuevo, quien al llegar al Círculo fue tironeado por un grupo de mujeres que le desgarraron el uniforme y lo golpearon en la cara con sus carteras. Molinuevo debió ser rescatado por un par de policías y conducido con la cara ensangrentada a un hospital.

Era la reacción contra los militares, a quienes se seguía responsabilizando de la crisis.

La tensión acumulada durante todo el día frente al Círculo Militar estalló en las últimas horas de la tarde, cuando la policía, bajo las órdenes del coronel Aristóbulo Mittelbach, jefe de policía, decidió disolver la concentración. Sin mayores dilaciones, un piquete del escuadrón policial lanzó sus caballos sobre la multitud y comenzó a repartir sablazos sobre las espaldas de la gente.  La primera reacción fue el desbande general; la segunda repeler el ataque. Parapetados detrás de los árboles de la Plaza San Martín, los más jóvenes se protegían de los sablazos y lanzaban piedras contra los jinetes, hasta que sonó el primer disparo. En contados minutos se generalizó un tiroteo que obligó a todos a echarse al suelo para eludir las balas. De un lado hacían fuego los policías, escudados en sus caballos; del otro los manifestantes, refugiados detrás del monumento al general San Martín. Eran las 21 horas. El tiroteo se prolongó hasta cerca de las 21.30. Cuando concluyó, decenas de heridos gemían de dolor sobre el césped de la plaza. Uno de ellos se tomaba la pierna derecha, de la que chorreaba sangre, y pedía auxilio. Arrastrándose, alguien se acercó a ayudarlo con un pañuelo en la mano e intentó hacerle un vendaje, pero cuando se erguía, un balazo lo desplomó sobre el pasto. Era Eugenio Ottolenghi, médico, de 40 años, alcanzado por un proyectil en el corazón y el único muerto que dejó esa refriega, donde los heridos sumaron decenas. Cinco de esos heridos eran mujeres.

El sábado 13 de octubre no se hablaba de otra cosa que del tiroteo en la Plaza San Martín. El nombre de Eugenio  Ottolenghi, "caído en defensa de la democracia y la libertad" como decían los diarios, era ya un emblema que los civiles exhibían indignados ante el Ejército. Tal vez por ese motivo el general Avalos quiso acceder en parte a los reclamos de la multitud y sugirió el nombre del doctor Juan Alvarez, procurador general de la Nación, para encargarle la formación del  nuevo gabinete. Alvarez, además de civil, era un funcionario estrechamente vinculado a la Corte Suprema de Justicia.

Al obtener su media palabra, Avalos llevó a Alvarez al despacho presidencial y allí, en presencia de Vernengo Lima, Farrell le ofreció a Alvarez no solamente formar el nuevo Gabinete sino también integrarlo. Y para conceder a los civiles una gracia especial, le propusieron también a Alvarez que se constituyera en una especie de "primer ministro". Alvarez respondió que primero debía consultar con los miembros de la Corte Suprema y prometió su respuesta para el día siguiente, aunque se descontaba su aceptación.

Ese mismo día fue anunciada oficialmente la aceptación de las renuncias de todos los ministros, con la sola excepción de Avalos y Vernengo Lima, recientemente designados. Y se conoció también el nombramiento del nuevo secretario de Trabajo y Previsión, cargo que se adjudicó a Juan Fentanes, hasta ese momento adscripto a la Presidencia de la Nación.

Por la noche, a través de Radio del Estado y la cadena oficial de emisoras, Fentanes dirigió un "saludo a las clases trabajadoras y a las fuerzas vivas del país", con el propósito de ganarse la simpatía de los sectores obreros sin perder la confianza de los empresarios. Algo imposible de obtener en ese momento.

La tensión acumulada durante todo el día frente al Círculo Militar estalló en las últimas horas de la tarde, cuando la policía, bajo las órdenes del coronel Aristóbulo Mittelbach, jefe de policía, decidió disolver la concentración. Sin mayores dilaciones, un piquete del escuadrón policial lanzó sus caballos sobre la multitud y comenzó a repartir sablazos sobre las espaldas de la gente. La primera reacción fue el desbande general; la segunda repeler el ataque. Parapetados detrás de los árboles de la Plaza San Martín, los más jovenes se protegían de los sablazos y lanzaban piedras contra los jinetes, hasta que sonó el primer disparo. En contados minutos se generalizó un tiroteo que obligó a todos a echarse al suelo para eludir las balas. De un lado hacían fuego los policías, escudados en sus caballos; del otro los manifestantes, refugiados detrás del monumento al general San Martín. Eran las 21 horas.

El tiroteo se prolongó hasta cerca de las 21.30. Cuando concluyó, decenas de heridos gemían de dolor sobre el césped de la plaza. Uno de ellos se tomaba la pierna derecha, de la que chorreaba sangre, y pedía auxilio. Arrastrándose, alguien se acercó a ayudarlo con un pañuelo en la mano e intentó hacerle un vendaje, pero cuando se erguía, un balazo lo desplomó sobre el pasto. Era Eugenio Ottolenghi, médico, de 40 años, alcanzado por un proyectil en el corazón y el único muerto que dejó esa refriega, donde los heridos sumaron decenas. Cinco de esos heridos eran mujeres.

El sábado 13 de octubre no se hablaba de otra cosa que del tiroteo en la Plaza San Martín. El nombre de Eugenio  Ottolenghi, "caído en defensa de la democracia y la libertad" como decían los diarios, era ya un emblema que los civiles exhibían indignados ante el Ejército. Tal vez por ese motivo el general Avalos quiso acceder en parte a los reclamos de la multitud y sugirió el nombre del doctor Juan Alvarez, procurador general de la Nación, para encargarle la formación del  nuevo gabinete. Alvarez, además de civil, era un funcionario estrechamente vinculado a la Corte Suprema de Justicia.

Al obtener su media palabra, Avalos llevó a Alvarez al despacho presidencial y allí, en presencia de Vernengo Lima, Farrell le ofreció a Alvarez no solamente formar el nuevo Gabinete sino también integrarlo. Y para conceder a los civiles una gracia especial, le propusieron también a Alvarez que se constituyera en una especie de "primer ministro". Alvarez respondió que primero debía consultar con los miembros de la Corte Suprema y prometió su respuesta para el día siguiente, aunque se descontaba su aceptación.

Ese mismo día fue anunciada oficialmente la aceptación de las renuncias de todos los ministros, con la sola excepción de Avalos y Vernengo Lima, recientemente designados. Y se conoció también el nombramiento del nuevo secretario de Trabajo y Previsión, cargo que se adjudicó a Juan Fentanes, hasta ese momento adscripto a la Presidencia de la Nación.

Por la noche, a través de Radio del Estado y la cadena oficial de emisoras, Fentanes dirigió un "saludo a las clases trabajadoras y a las fuerzas vivas del país", con el propósito de ganarse la simpatía de los sectores obreros sin perder la confianza de los empresarios. Algo imposible de obtener en ese momento.

Fentanes, con un pretensioso sentido del equilibrio de fuerzas, expresó: "Envío a los sectores del capital y del trabajo mi cordial saludo, con la aseveración de que en esta casa serán atendidos ambos en sus demandas, dentro del más claro y estricto espíritu de justicia."   Y añadió: "A los sectores del capital y del trabajo interesa decir en estos momentos que la armonía de ambos es la base del progreso de todo el país". Nadie creyó en esa presunta armonía, y menos aún en la eficacia del flamante funcionario, por más que éste se desesperara por demostrar buena voluntad. Para los obreros, la salida de Perón restaba a ese organismo toda jerarquía; Fentanes era el hombre puesto allí por el antiperonismo.  Para los empresarios y los  poderosos industriales lo que no servía a sus intereses era la Secretaría misma, creada por Perón para ayudar a los obreros.

De nada valía entonces que Fentanes insistiera con estas palabras: " La clase trabajadora del país debe tener confianza en la Secretaría de Trabajo y Previsión, creada para defender sus derechos. Las conquistas que ha obtenido, reconocen una base de justicia que las hace respetables y, por lo tanto, permanentes."

Más que hablar de lo que iba a conseguir, como acostumbraba a hacerlo Perón, Fentanes se vió obligado a puntualizar lo que no podía hacerse.  Y dijo: " El Estado no tiene por función azuzar odios ni pasiones, ni sustituir al trabajador en la definición de sus reivindicaciones."   Que era como decir:  "Desde ahora, nadie les ofrecerá nada, ustedes pidan y nosotros decidiremos."  Para el nuevo funcionario " la Secretaría de Trabajo no será tampoco el asiento de actividad política personalista o partidaria."   Es decir: " Se acabaron los protectores obreros."

En la noche del 12 de octubre Perón recibía en Tres Bocas una visita que le complicaba las cosas. El jefe de policía, el coronel Mittelbach, había logrado detectar su paradero y fue hasta el Delta a detenerlo " por orden del presidente Farrell ".

Perón había sido buscado todo el día en San Nicolás y en Junín, y al ser ubicado en Tres Bocas, en el Delta, Mittelbach no quiso perder su codiciada presa. Pero cuando le comunicó que debía ser conducido en un buque de la Armada, Perón se negó rotundamente. - Me niego a ser sacado de la jurisdicción del Ejercito y traladado a jurisdicción de la Marina - protestó. - Lo comprendo, coronel Perón, pero es que yo tengo orden del presidente... - Coronel Mittelbach, le ruego que vuelva usted a hablar con el presidente Farrell. Yo estoy dispuesto a ser trasladado hasta mi domicilio, en la calle Posadas, y esperar allí la decisión presidencial.

Del cumplimiento de ese pacto, Perón iba a sacar ventajas inmediatamente, pues conseguía seguir en libertad, ganar tiempo para mover sus influencias y eludir a la Marina. Mittelbach volvió a entrevistarse con el presidente y le transmitió el pedido de Perón. Pero en ese momento Farrell no estaba dispuesto a acceder. Ya conocía lo suficiente a Perón como para creer en sus promesas, pues hacía apenas 48 horas que éste lo había burlado con uno de esos inocentes reclamos, la famosa "despedida" de la Secretaría de Trabajo, que terminó en convertirse en uno de sus actos políticos más importantes.  Farrell, que soportaba toda clase de presiones civiles y militares, se daba cuenta de que su permanencia en el poder estaba condicionada, en ese momento, a la liquidación definitiva de Perón.

"Que vaya preso a la isla Martín García ", fue la orden terminante de Farrell. Mittelbach, encargado de cumplir la orden, prefirió no tener que hacerlo personalmente y la trasladó al mayor Héctor D´Andrea, subjefe interino de policía. - ¿ Tiene usted algún inconveniente en ir a detener al coronel Juan Domingo Perón ? - le preguntó Mittelbach. - Ninguno, mi coronel. Estoy dispuesto a hacerlo. ¿ Cuáles son las instrucciones ? -Las instrucciones se las dará el propio presidente. Dentro de un rato usted será citado a la residencia presidencial a ese efecto.

Eran ya las últimas horas del día 12. Poco después, a la 1 de la mañana del sábado 13, D´Andrea era recibido por el presidente Farrell, quien le hizo estas recomendaciones precisas: " Se trasladará usted hasta el domicilio del coronel Perón, en la calle Posadas 1567, para detenerlo. Luego lo conducirá al puerto, donde será embarcado para la isla Martín García. Le prevengo que el coronel Perón solicitará ser recluido en prisiones militares. Usted no accederá a ese pedido."

D´Andrea cumplió estrictamente esa orden y ésta es su versión: " La puerta del cuarto piso de Posadas 1567 me fue franqueada por un hombre cuya identidad desconozco, ante quien me presenté pidiendo hablar con el coronel Perón. Fui introducido inmediatamente a su presencia. Vestía de calle y estaba acompañado por otro hombre que no me fue presentado y por el coronel Domingo A. Mercante. Su aspecto y estado de ánimo eran normales. El diálogo fue escueto y categórico, en nivel de corrección militar. Me identifiqué expresándole el motivo de mi presencia. Lo invité a salir. De acuerdo con la predicción del presidente Farrell, el coronel Perón solicitó no ir a Martín García, a lo que respondí de acuerdo con las órdenes impartidas. En ese momento apareció desde las habitaciones interiores la señorita María Eva Duarte, quien, dirigiéndose a Perón, dijo con leve excitación: ¿ Qué pasa ?  ¿ Qué han venido a hacer ?  El detenido la puso al tanto de la situación, pero ella, tomándolo de un brazo, lo instó a quedarse en un irreprimible impulso de evitar su partida. Insistí, entonces, ante el coronel Perón para que cumpliera la orden e invité al coronel Mercante para que nos acompañara hasta el puerto y ambos aceptaron. Cuando ingresábamos al ascensor, la señorita Duarte, notoriamente conmovida, intentó retenerlo, pero yo cerré el ascensor y en pocos segundos el automóvil que nos aguardaba se dirigió hacia la zona portuaria."

Perón no abrió la boca en todo el trayecto, salvo para pedirle a Mercante que cuidara a Evita. En el puerto, fuertemente vigilado por tropas de la Marina, esperaba el buque Independencia en segunda andana por orden del comandante de la Escuadra de Río, contralmirante Ernesto Basílico, quien había recibido instrucciones en ese sentido del almirante Vernengo Lima. Cuando Basílico le comunicó a Vernengo Lima que la situación de Perón dentro de ese barco era "incómoda", resolvió hacerlo trasladar a Martín García.

Todo el sábado 13 Perón se dedicó a meditar sobre su situación y descansó algunas horas en el nuevo hospedaje, la isla Martín García.

Eva Duarte dispuesta a no perder al hombre más importante de su vida, recorrió las casas de los abogados peronistas para pedirles que interpusieran un recurso de hábeas corpus en favor de Perón y que le permitiera salir del país. En esa tarea, llevada a cabo los días 13 y 14, Eva Duarte se enfrentó con algunas negativas muy firmes, como la de Juan Atilio Bramuglia, quien se oponía terminantemente a ayudar a que Perón se fuera. Bramuglia le dijo a Evita : " A usted lo único que le interesa es irse a vivir con el coronel a otra parte y para eso apela a los hombres del movimiento, cuando lo que hay que hacer es retener a Perón y juntar a la gente para defenderlo, antes de dar esta batalla por perdida ". Las respuestas de Evita, irreproducibles, terminaron por desatar un clima de antipatía, que años más tarde costaría a Bramuglia su cargo de ministro de Relaciones Exteriores.

Por su parte, Perón escribió el sábado 13 una carta dirigida al general Avalos, en la que reclamaba su libertad. Su texto decía así: " Comunico al Señor Ministro que el día 12 de octubre he sido detenido por la policía, entregado a las fuerzas de la Marina de Guerra y confinado en la isla Martín García. Como todavía soy un oficial superior del Ejército en actividad y desconozco el delito de que se me acusa, como asimismo las causas por las cuales he sido privado de la libertad y sustraído de la jurisdicción que por ley me corresponde, solicito quiera servirse ordenar se realicen las diligencias del caso para esclarecer los hechos y de acuerdo con la ley disponer en consecuencia mi procesamiento o proceder a resolver mi retorno a jurisdicción y libertad si corresponde."

La carta causó efecto, pues Avalos comenzó a recapacitar y cuando se la mostró a otros oficiales lo hizo con esta advertencia: " No he sido yo quien lo ha puesto preso, sino el presidente ..."

La Asociación de Médicos Democráticos ha decretado una huelga general por 48 horas en homenaje al Dr. Ottolenghi, caído el día 12 en la Plaza San Martín mientras atendía a los heridos.

Pero ese paro, cumplido los días 14 y 15, no interrumpiría la actividad de un médico peronista que decidió jugar su rol histórico: recuperar al líder.

Al ser informado de que Perón se sentía enfermo de pleuresía, el capitán Miguel Angel Mazza, médico personal del coronel Perón, fue a visitarlo a la isla Martín García en la mañana del domingo 14, tras obtener el permiso correspondiente en el Ministerio de Marina. No tuvo problema en llegar hasta allí y en ver a su paciente, pues éste no estaba incomunicado. Mazza se retiró de la isla con la promesa hecha a Perón " de hacer todo lo posible por sacarlo de allí " y con la absoluta seguridad de que a Perón ya no le dolía nada, salvo el haber sido privado de su libertad.

A las 20 horas de la noche de ese domingo 14, Mazza se entrevistó con el presidente Farrell para iniciar su operativo, y trató de convencerlo de " trasladar a Perón al Hospital Militar, para evitarle ese clima húmedo de la isla que le resulta tan desfavorable."

Después de largas conversaciones, de las que participaba también el secretario privado de la Presidencia, Sainz Kelly, Farrell parecía convencido de la necesidad de sacar a Perón de la isla, aunque no decidido a hacerlo.

Mazza dedicó todo el lunes 15 hasta el mediodía del martes 16 a gestionar el regreso del coronel. Para eso se entrevistó decenas de veces con Farrell y Vernengo Lima; pero el presidente recién se animó a dar el primer paso en ese sentido cuando recibió un mensaje del general Avalos recordándole que él mismo había ordenado la detención del coronel y que era aconsejable trasladarlo al Hospital Militar " de acuerdo con la opinión del médico ". Avalos, que no quería seguir siendo el verdugo de Perón, trataba de ese modo de sacarse responsabilidades y se remitía a un informe médico que le acaba de hacer llegar Mazza.

Pero cuando ya parecía todo resuelto, Vernengo Lima demoró el traslado de Perón y sugirió que una junta médica comprobara " si realmente está tan enfermo como para necesitar que lo traigan ".

Desconfiando de Mazza, Vernengo Lima propuso que se invitara al médico Nicolás Romano, y éste, a su vez, sugirió el nombre de su colega Mariano Castex. Como Castex no fue encontrado a tiempo, Romano propuso al doctor José Tobías.

La detención del coronel Perón conmovió en esos días a todos los gremios, pero la reacción más rápida fue la del Sindicato Autónomo de Obreros de la Carne, dirigido por Cipriano Reyes.

En la tarde del lunes 15, los obreros de los frigoríficos Swift y Armour salieron a recorrer las calles de Berisso y Ensenada para reclamar la libertad de Perón, sin que se produjeran incidentes o disturbios.

En Buenos Aires, las pizarras de los diarios convocaban a su alrededor a decenas de exaltados que terminaban sus discusiones a las trompadas, provocando la intervención policial. Es que las noticias se sucedieron con una rapidez asombrosa e inquietaban a todos. Los peronistas se enfurecían al leer que habían sido declarados cesantes todos los funcionarios del Gobierno que colaboraron con Perón.

Para los antiperonistas, la noticia más inquietante era la reposición del coronel Emilio Ramírez en el cargo de jefe de policía, quien había ocupado esas funciones el 4 de junio de 1943, hasta el advenimiento de Farrell a la Presidencia. Si bien se terminaba con el interinato del coronel Aristóbulo Mittelbach, a quien se hacía responsable de la violenta represión en la Plaza San Martín, la reposición de Ramírez parecía un retorno a fojas cero.

Varios abogados fueron convencidos por Evita y prepararon el ansiado recurso de hábeas corpus pero cuando estaban a punto de presentarlo se les adelantó alguien que arruinó inconscientemente el operativo. Es que en su edición del día martes 16, el diario Crítica anunció a cuatro columnas : " El líder del Partido Bromo Sódico Independiente pidió la libertad de Perón."  Se trataba de Enrique Badessich, un extravagante y pintoresco personaje, que al reclamarla ante el juez Horacio Fox, éste rechazó el pedido. La verdad es que Badessich era un delirante total y con tal antecedente, ninguna persona seria podía después elevar el recurso de hábeas corpus. Hubiera sido un verdadero descrédito.

Por su parte, Evita, incansable, recorría la ciudad. No siempre estaba sola, solía acompañarla su hermano Juan Ramón Duarte. Muchos los han visto recorriendo las calles de Buenos Aires en un Buick color negro con chapas blancas, manejado por Juan Subiza. La actriz, la damita joven, lentamente penetraba en un cono de sombra. Y con la fuerza de un ariete, surgía la mujer política. Perón gestionaba ante Farrell su traslado a Buenos Aires y Eva Duarte en la ciudad no tenía descanso.

Por cierto, hubo quienes quisieron detenerla. Y no eran amigos, precisamente. Quisieron pararla. María Eva Duarte se dirigía sola en un taxímetro, presumiblemente hacia un encuentro con Cipriano Reyes, y atravesó la zona sur, cuando en circunstancias confusas, nadie quiere asumir las responsabilidades de estos actos y nadie tampoco ha querido buscar a los culpables, su presencia fue detectada - ¿ casualidad ?, ¿ una trampa ? - por un grupo de antiperonistas, quienes se precipitaron sobre ella, injuriándola y golpeándola cobardemente. Nadie, ni el chofer del taxi, se acercó para ayudar a la mujer. Este hecho, la agresión en sí, es demostrativo de hasta qué punto Eva Duarte era conocida y hasta temida por sus adversarios. Mientras se levantaba del suelo, tras los golpes sufridos, sabía que tenía entre manos una tarea mucho más importante y compleja que la de preocuparse por sus magullones o por la pandilla de vándalos.

En la noche del martes 16 los tres médicos, Romano, Tobías y Mazza, se trasladarían a la isla Martín García, acompañados del mayor Jorge Moretti y del capitán de corbeta Andrés Tropea, quienes fueron designados para supervisar la visita médica. Los cinco se embarcaron esa noche en una lancha torpedera de la Prefectura Marítima, y llegaron a la isla Martín García sin inconvenientes.

En la isla, ante la negativa de Perón al exámen o revisión médica y, luego de largas discusiones, se notificó de esta situación al Ministerio, por lo que el vicealmirante Vernengo Lima ordenó el traslado del coronel Perón a Buenos Aires.

Al tener conocimiento del posible traslado de Perón al Hospital Militar, en las últimas horas del lunes 15, Cipriano Reyes decidió jugar la última carta para conseguir su liberación definitiva. Ya no se trataba de obtener declaraciones de los sindicatos ni de arrancar pronunciamientos de huelga a la central obrera, sino de efectos más contundentes.  " Hay que sacar toda la gente a la calle. Si mañana Perón está en el Hospital Militar, tendremos que ir a buscarlo allí ", meditó Reyes aquella noche.  

La idea parecía excepcional, pero no muy fácil de ponerla en ejecución.  En la práctica, se trataba de hacer confluir sobre Palermo decenas de columnas de obreros venidas de todos los barrios, en especial del Gran Buenos Aires. Para alcanzar ese objetivo, había que empezar por los sectores más resueltos y lanzarlos a la calle a contagiar al resto. Estos grupos eran los que él mismo capitaneaba, en Berisso y Ensenada. " Una marcha sobre Buenos Aires; eso es lo que necesitamos ", concluyó Reyes en la mañana del martes 16, después de pasarse toda la noche planeando el levantamiento obrero, escondido en una casa particular.

El sueño venció a los agitadores, y al propio Reyes, y todo quedó postergado hasta las 18 horas del 16, hora en que debían reunirse los afiliados al Sindicato Autónomo de la Carne en la esquina de Montevideo y Callao, del barrio San Carlos, en Berisso.

Puntualmente, una manifestación de trabajadores partió de esa esquina dando vivas a Perón y exigiendo su libertad, dispersada luego por la policía provincial a las pocas cuadras. Los manifestantes se reorganizaron entonces en pequeños grupos e intentaron cruzar el puente que une Berisso con Ensenada, para llegar a la destilería de YPF, pero fueron contenidos por un piquete de marineros. El propósito era entrar en la destilería y sacar a los obreros petroleros para que se unieran al grupo, pues el paro de actividades planeado en esa planta había sido neutralizado por los dirigentes antiperonistas que comandaban el Sindicato de Obreros y Empleados de YPF, en Ensenada.

Mientras tanto, Reyes se había ido a Avellaneda, y con un piquete de obreros armados impidió la entrada del personal del frigorífico Wilson y luego obstruyó el relevo de trabajadores del turno mañana en los talleres Siam Di Tella instalados en esa localidad. Este piquete, constituído en su mayoría por obreros de la carne, decidió lanzar la idea de marchar sobre Buenos Aires e iniciarla por su cuenta. La consigna comenzó a extenderse velozmente, y a las 15.30 horas comenzaron a concentrarse cerca de los puentes que atraviesan el Riachuelo grupos llegados de Valentín Alsina, Lanús y Avellaneda. La columna más importante enfiló hacia el puente Pueyrredón, pero al llegar a la esquina de las avenidas Mitre y Pavón, en Avellaneda, fue detenida por un escuadrón policial que acababa de ser reforzado con pelotones enviados desde La Plata.

Los manifestantes no pudieron pasar en columna, y decidieron dividirse en pequeños grupos para atravesar el Riachuelo. Unos lo hicieron por el mismo puente Pueyrredón, en delgadas hileras, como si se tratara de vulgares transeúntes, y otros pasaron disimuladamente por los puentes Uriburu y Victorino de la Plaza.

La tropa policial advirtió que los manifestantes estaban penetrando en la ciudad en forma aislada, pero hizo caso omiso de las directivas que se impartieron desde los departamentos centrales. La oficialidad también contribuyó a esa consciente desobediencia.

La columna se rehízo dentro de la capital, y marchó ruidosamente por las calles Almafuerte, Caseros y Entre Ríos. Al llegar al 2100 de esta avenida, se cruzó con un piquete policial cerrándole el paso, aunque sin ánimo de disolverlos. Los manifestantes peronistas optaron por desviarse hasta la calle Solís, pero la policía fue enviada también allí para hacerlos desistir de su propósito. La mayor parte de los manifestantes prefirió entonces trepar a bordo de un grupo de camiones que venían siguiéndolos en caravana, y retornar a Avellaneda, Lanús y Valentín Alsina. Sólo quedó un obstinado grupo, cerca de Plaza Constitución, que a las 17 horas fue dispersado en la calle Santiago del Estero al 600, mediante una descarga de bombas de gases lacrimógenos. La marcha había fracasado.

Sin embargo, media hora después, algunos peronistas disgregados de esos núcleos se reagruparon casi instintivamente en las cercanías de la Plaza de Mayo " para ver qué pasaba en la Casa de Gobierno ", y se aventuraron a iniciar una nueva manifestación en la esquina de la avenida de Mayo y Perú. A una cuadra de allí, en Florida y Diagonal Norte, junto al monumento a Roque Sáenz Peña, había pequeños grupos de empleados que comentaban acaloradamente los últimos sucesos y al ver pasar la columna peronista decidieron sumarse a ella. Durante largo rato estuvieron recorriendo Florida de un extremo a otro, hasta que fueron dispersados al caer la tarde.

Ya no eran solamente obreros y empleados; también se sumaban los piquetes de la Alianza Libertadora Nacionalista, atentos a toda manifestación callejera, los que volvieron a insistir luego a altas horas de la noche,  aprovechando la salida de los cines para recorrer la avenida Corrientes al grito de " ¡ Alianza con Perón ! ".  Los gases lacrimógenos liquidaron definitivamente esos vestigios en la madrugada del miércoles 17, mientras los camiones celulares se llevaban detenidos a la comisaría 3ª  a ochenta y siete " perturbadores del orden público ".

En la tarde del día 16, los sindicatos antiperonistas convocaban a los trabajadores a " no abandonar sus tareas y unificarse para terminar de una vez por todas con las maniobras del nazifascismo que atentan contra la libertad, la democracia y el progreso del país ".

Estas resoluciones obedecían a directivas impartidas por dirigentes antiperonistas, a las que se sumaron las de los grupos socialistas y comunistas. En un extenso comunicado, el comité ejecutivo del Partido Socialista expresaba: " En las actuales circunstancias, oculta una finalidad antidemocrática y dictatorial cualquier agitación que procure rehabilitar al principal responsable de la situación a que ha sido conducida la República, por la ambición desmedida y la temeridad de quien suponíase con derecho a sojuzgar la libre manifestación política y social del pueblo argentino ". La referencias a Perón eran directas en todo el documento, aunque se evitaba nombrarlo y se pretendía restar importancia a su defensa de las conquistas gremiales. " El alejamiento del mencionado funcionario - decía la declaración - no debe importar una amenaza para las mejoras materiales que se hayan concretado." Parecía una manera demasiado ingenua de convencer a los obreros peronistas, después de que los empresarios hicieran notar en esos días su revanchismo al decirles: " Ahora vayan a pedirle a Perón que les pague el aumento prometido ..."

A las dos de la mañana del miércoles 17 fue recibida la orden de trasladar a Perón a Buenos Aires, al Hospital Militar.  Media hora después, el coronel subía a la lancha torpedera y retornaba a Buenos Aires en compañía de esa comitiva que había ido a verificar su estado de salud antes de traerlo. Después de cuatro horas de navegación sobre una marejada terrible que la cacheteaba continuamente, la lancha llegó a puerto a las 6.30, cuando el sol comenzaba a calentar la ciudad. Perón quedó alojado en el Hospital Militar, en el undécimo piso.

Cerca de allí, en un automóvil estacionado sobre la avenida Luis María Campos, Evita y su hermano Juan esperaban ansiosos el momento de poder ingresar al Hospital Militar para reunirse nuevamente con Perón. Lo consiguieron algunas horas después, cuando Domingo Mercante los hizo entrar.

La aventura de organizar una marcha sobre Buenos Aires, a pesar del primer fracaso, había revelado entusiasmo y resultó una experiencia interesante de repetir. Sólo se trataba de obtener un concurso más numeroso de trabajadores para poder formar columnas compactas, imposibles de detener. La policía, que se había demostrado benévola con los manifestantes peronistas, sería un magnífico aliado para penetrar en la ciudad y ganar los lugares estratégicos.

Esos lugares eran dos: el Hospital Militar y la Casa de Gobierno. Una multitud reunida frente a cada uno de esos edificios, iba a presionar - pensaban los peronistas - para conseguir la reposición del líder en todos sus cargos. Pero esta vez la organización debía ser sincronizada, dentro de lo que se podía lograr en esos momentos, y por eso se lanzó la consigna en todos los sindicatos peronistas de " concentrarse frente a los lugares de trabajo para marchar desde allí hacia el centro de Buenos Aires ".  Cada organización gremial adicta al paro tenía la obligación de destacar a un hombre encargado de transmitir las consignas y preparar la marcha en cada uno de los establecimientos fabriles más importantes. La tarea, teóricamente, parecía ímproba; pero el entusiasmo de los convocados iba a suplir con creces las posibles fallas de organización. Un rumor valioso alentaba a todos: " La policía está con nosotros ".

En las primeras horas de la madrugada del miércoles 17, frente a las fábricas de Avellaneda y Lanús y junto a los frigoríficos de Berisso, comenzaron a formarse grupos de obreros dispuestos a marchar en dirección a la Capital Federal, llevando banderas argentinas y retratos del coronel Perón. Al principio solo se trataba de una docena de hombres decididos, pero a medida que fueron aumentando y se pudo establecer contacto con otros talleres cercanos, creció la efervescencia. La cantidad de manifestantes de cada grupo no superaba las 200 personas y estaba muy lejos de acercarse a los cálculos previstos, pero de todos modos eran cifras suficientes para largarse a la segunda aventura. Ya vendrían más.

Los matutinos del miércoles 17 publicaron el texto completo de las declaraciones exclusivas formuladas a la agencia británica Reuter por el ministro Avalos, en las que éste aclaraba la contradicción entre un comunicado policial del sábado 13, que anunciaba la detención del coronel Perón, y otro del Ministerio de Guerra desmintiendo esa noticia. " El comunicado policial - dijo - está equivocado. Perón fue invitado a trasladarse a la isla Martín García, en nombre del presidente de la República y en el mío propio, a fin de evitar que se cometiera algún atentado contra él. No es un secreto que querían matarlo y que la multitud pedía a gritos su cabeza. Yo hice la Revolución con el coronel Perón y además soy ministro de guerra; jamás hubiera cargado con la responsabilidad y la vergüenza de su muerte. Y es doloroso tener que señalar que se pidiera la muerte de Perón cuando éste estaba caído e indefenso. Por lo demás, afirmo como ministro de guerra que no hay ningún cargo contra el coronel Perón y que, por lo tanto, los rumores que han circulado acerca de su enjuiciamiento no son más que eso: rumores sin valor ".

En otra parte de sus declaraciones, Avalos restó toda importancia a la actividad de los peronistas en esos días, calificándolos de " elementos desplazados que han tratado de crear disturbios para hacer fracasar al Gobierno ", y se jactó de su respaldo.

"La base del Gobierno es inconmovible y todas las fuerzas armadas argentinas de dan su apoyo", dijo Avalos, sin pensar tal vez que la semana transcurrida desde la renuncia de Perón no había servido aun para consolidar políticamente a ese Gobierno.  Sus mismas declaraciones lo acababan de revelar en otro párrafo: " Actualmente estamos gestionando con el procurador general de la Nación, doctor Juan Alvarez, la creación de un gabinete de civiles integrado por personalidades respetables y apolíticas. Hasta el momento no se ha concretado este proyecto, pero confío en que el doctor Alvarez logrará exito, día más o día menos ".  Pero ya no habría " día más o día menos ".

Algo de esto parecieron entender los altos oficiales de Campo de Mayo, en la mañana del 17, cuando recibieron los primeros partes policiales dando cuenta del " avance de columnas obreras sobre la capital ". Las cifras, tal vez exageradas por los comisarios peronistas del Gran Buenos Aires, revelaban la formación de columnas de decenas de millares por Avellaneda y Sarandí.

Al recibir los partes, el jefe del Regimiento 10 de Caballería, coronel Gerardo Gemetro, trató de comunicarse con Avalos por teléfono. Lo consiguió después de pacientes tentativas y le pidió autorización para " detener a esa gente con el Ejército, si la policía no puede hacerlo ". Avalos le dijo que se quedara tranquilo " porque no va a pasar nada " y lo despidió con un saludo muy cordial.

A las 7 de la mañana, los obreros de la carne se reunieron en Ensenada y Berisso para organizar la huelga general. Algunos intentaron obtener la adhesión del comercio de esas localidades y llegaron a obstruir el reparto de pan y leche, que quedó demorado por una hora. La llegada de los diarios porteños y platenses, donde se informaba de las gestiones para constituir el nuevo gabinete (sin peronistas) y de las proposiciones de entregar el poder a la Corte Suprema, provocaron un estallido de indignación entre los huelguistas. Alguien propuso comprar todos los ejemplares y prenderles fuego, operación que se llevó a cabo en contados minutos. Una parte fue quemada y la otra arrojada a las aguas del canal, para concluir más rápido con la tarea de inutilización.

Mientras tanto, otro piquete de obreros se encargó de suspender el servicio de ómnibus que une Ensenada y Berisso con La Plata, y de paralizar el traslado de personas en botes por el canal central del puerto, para interrumpir las comunicaciones entre las dos localidades obreras. Esto provocó el cierre de las escuelas por ausencia de maestros y alumnos y creó el primer síntoma grave de confusión entre los habitantes.

A las 13.30 horas, los huelguistas se concentraron en la plaza de Ensenada y desde allí partieron en dirección a La Plata. Un importante contingente de obreros que venía de Villa San Carlos ( barrio de Berisso ) se les unió a mitad de camino. Al llegar a La Plata, a las 16 horas, la manifestación fue recibida en el Paseo del Bosque por un grupo de peronistas que los estaban aguardando desde el mediodía. Ese grupo había colaborado en la interrupción del transporte hacia Berisso y Ensenada, desde las 5 de la mañana, hora en que se estacionaron en la esquina de calles 1 y 60 para impedir la circulación de ómnibus y tranvías hacia aquellas localidades. Lograron también amedrentar a los comerciantes con una agresiva marcha por la diagonal 79 y que finalizó en Plaza San Martín.

En la esquina 1 y 60, donde hubo oradores improvisados que reclamaron el apoyo al coronel Perón, se concentró nuevamente todo el grupo y cuando se sumó a ellos un contingente rezagado que entró por diagonal 80, la columna se puso en marcha. Por la calle 50 desembocaron en 7, la arteria principal, que los llevó hasta Plaza Italia. De allí siguieron ruidosamente hasta 49, donde se pararon a cantar el Himno Nacional. Al pasar frente a la Universidad de La Plata ( cuyas paredes estaban escritas con leyendas adversas a Perón y frases burlonas ), la manifestación descargó insultos contra los estudiantes.

Reanudada la marcha, la columna había sido engrosada por empleados y obreros municipales de reciente designación, a los que se les dió asueto. Una vez frente a la Csa de Gobierno donde se estaba efectuando la entrega del mando al interventor federal interino, general Sáenz, se reclamó a gritos la libertad de Perón.  Sáenz accedió entonces a recibir a una comitiva de manifestantes ( integrada por Hipólito Pintos, Alfonso Wylle, Héctor Reyes, Ricardo Giovanelli, Alfredo Cavelli, Clementina S. de Reyes, Pedro Degean y Ernesto Cleve ) que preguntaban por Perón. Se les respondió que el coronel estaba en el Hospital Militar por su afección a la pleura.

Terminada la concentración, la columna retomó la calle 7 en dirección al camino de acceso, donde esperaban varios camiones para trasladar a todo el grupo hacia Buenos Aires. Pero antes de irse, los manifestantes prefirieron probar algunos proyectiles que habían acumulado en las plaza ( maderas, ramas de árboles, cascotes ) y fueron a apedrear los frentes de la agencia del diario La Prensa y el Banco Central; las vidrieras de Lutz Ferrando y Jacobo Peuser; y la puerta del Jockey Club. Un grupo desprendido de la columna atacó, por su cuenta, las sedes sociales de los clubes Estudiantes y Gimnasia y Esgrima, y concluyó su tarea en la casa particular del presidente de la Universidad de La Plata, Alfredo D. Calcagno. En esa casa la pedrea fue intensa y provocó graves destrozos. El último grupo, finalmente, decidió quedarse en la ciudad para continuar su tarea de " ablandamiento " e impedir que las calles fueran copadas luego por los antiperonistas. Su labor más espectacular se llevó a cabo frente al edificio del diario El Día, donde fueron volcados dos automóviles de esa empresa, ante la pasividad de la policía. El segundo ataque consistió en romper las pizarras del diario El Argentino, y las vidrieras de la Casa Pernas, de donde se extrajeron toda clase de mercaderías. Recién a las 21 horas, una vez terminada esa labor, apareció un contingente policial " dispuesto a impedir desmanes ", según dijeron los oficiales que lo comandaban. Indignadas, las autoridades de la Cámara de Comercio, Propiedad e Industria de la Provincia, enviaron un telegrama al ministro del Interior denunciando que " personas al grito de ¡ Viva Perón ! obligaron al comercio y establecimientos industriales de La Plata, Ensenada y Berisso a cerrar sus puertas y exigieron a los obreros que abandonaran sus tareas ".

Cuando los camiones cargados con obreros de Berisso y Ensenada llegaron al borde de la capital, se encontraron con una sorpresa: los puentes de acceso habían sido levantados. 

El Riachuelo con su profundidad para buques de gran calado y sus aguas oscuras, los separaba de la ciudad. Desde la 9.30 de la mañana el puente Pueyrredón estaba levantado, impidiendo el paso de las primeras columnas de trabajadores que intentaron iniciar su marcha desde Avellaneda. En ese lugar se fueron encontrando, guiados por idéntico objetivo, los grupos procedentes de La Plata, Quilmes y Lanús. Todos portaban carteles alusivos a sus sindicatos, banderas argentinas y retratos  del coronel Perón. Sus estribillos exigiendo la adhesión del resto de los trabajadores motivó el cierre del comercio en Avellaneda ( sobre las avenidas Mitre y Pavón ), por temor a un ataque contra las vidrieras.

El levantamiento de los puentes se había producido poco después que penetraran en la ciudad las primeras columnas de manifestantes, aquellas organizadas en la noche del martes 16. El general Avalos había dispuesto esa medida de precaución " para evitar el ingreso de agitadores " y su orden fue cumplida apenas se avizoró la llegada de una ruidosa manifestación identificada en sus carteles como Unión Obrera del Petróleo. Lo que no pudieron impedir fue que el personal de la Dirección General de Navegación y Puertos ( afectado al Riachuelo ) se uniera a los obreros del frigorífico Anglo y se adelantara a la clausura de los accesos. " ¡ Tenemos que levantar el puente ! ", avisaron los obreros encargados de esa tarea, y la noticia corrió como un reguero. En pocos minutos todos los trabajadores que estaban en los alrededores aprovecharon para cruzar.

La gran concentración de obreros en el centro de Avellaneda provocó la interrupción del tránsito y creó un clima de agitación mayor. Alguien sugirió obstruir las calles para impedir que circularan los tranvías y entonces un grupo se animó a trasladar decenas de rieles apilados cerca de allí hasta dejarlos atravesados de una vereda a la otra. Esta operación sumada al paro ferroviario que se cumplía casi íntegramente, y al cierre de los accesos, dejó aisladas a todas las poblaciones de la zona sur del Gran Buenos Aires. Avellaneda, Gerli, Remedios de Escalada, Bánfield, Lanús, Lomas de Zamora y Témperley estaban incomunicadas y cuando algún tren pretendía ponerse en movimiento, aparecían los piquetes de huelguistas rompiendo señales y colocando pesados obstáculos en las vías. Un convoy que partió de Constitución con destino a La Plata fue detenido en Barracas a los diez minutos de su partida y obligado a retroceder con todo su pasaje.

En las estaciones terminales de trenes algunos huelguistas colocaron carteles en las pizarras, advirtiendo al público que " la empresa no se responsabiliza por los accidentes que pudieran ocurrir en el servicio durante el día de hoy ". De esta forma, la mayoría de los pasajeros desistieron de viajar, y los pocos trenes que anunciaron su salida fueron apedreados. La policía debió sofocar un amotinamiento de obreros ferroviarios producido en Constitución ( comenzaban a romper las ventanillas ) con una descarga de gases lacrimógenos que produjo corridas en todos los andenes y tumultos en el hall central.

Al promediar la mañana del día 17, los grupos iniciales de obreros habían llegado a concentrarse en los alrededores de la Casa de Gobierno.

Todavía eran muy pocos y no se animaban a exteriorizar sus reclamos de otra forma que no fuera con su presencia, sus banderas y sus retratos. La actitud pasiva de la policía, que en ningún momento intentó dispersarlos, los alentaba a seguir allí " hasta que venga Perón ".

El 17 de octubre de 1945

El 17 de octubre de 1945

El 17 de octubre de 1945

El 17 de octubre de 1945

El 17 de octubre de 1945

El calor pegajoso y húmedo de esa mañana del día 17 sofocaba a todos, y los que más habían caminado para llegar allí, optaron por calmar su agotamiento descalzándose y hundiendo sus pies en la vieja fuente de la Plaza de Mayo. El espectáculo que ofrecían decenas de hombres en camisa, metidos en el agua con los pantalones arremangados y los zapatos en la mano, aparecía como una imagen vergonzosa a los ojos de los antiperonistas, acostumbrados a no descuidar detalles de pulcritud y a someterse al saco y a la corbata para circular en verano por el centro de la ciudad.

Cerca del mediodía, un fuerte contingente de manifestantes había logrado cruzar el Riachuelo por distintos lugares. La mayor parte lo hizo en botes apostados en las orillas; otros fueron caminando hasta encontrar algún puente aun sin levantar, y no faltaron algunos audaces que se lanzaron a nadar.

En las primeras horas de la tarde comenzó a funcionar el trasbordador ubicado frente al frigorífico La Blanca, y por allí cruzaron más trabajadores. Atravesando Barracas, fueron llegando por las calles céntricas hasta la Plaza de Mayo, donde una multitud más decidida que numerosa cubría la cuadra de Balcarce, entre la Casa de Gobierno y el monumento a Belgrano. Cada tanto partía de allí una pequeña manifestación que recorría las calles adyacentes, gritando en las propias narices de los centenares de curiosos que iban a presenciar el insólito espectáculo.

Lentamente se iban sumando nuevas columnas, no muy compactas, que llegaban por avenida de Mayo. Eran trabajadores de la zona oeste de Buenos Aires; habitantes de los barrios populares de la gran ciudad: Mataderos, Liniers, Villa Lugano, Flores Sud, Villa Luro, Floresta Norte, Villa Urquiza, La Paternal, quienes se encontraban en la calle Rivadavia, el eje de la ciudad, donde convergían todos en dirección al centro.

A las 17 horas, todo el país sabía que los peronistas estaban concentrándose frente a la Casa de Gobierno sin inconvenientes, y que la policía montada recorría las calles a la expectativa de los acontecimientos. Esa seguridad fue la que decidió a los más remisos a engrosar las columnas.    Los barrios obreros de la zona sur ( Parque Patricios, Nueva Pompeya, Barracas y la Boca ) habían sido los primeros en contagiarse al ver pasar por sus calles a los obreros que venían de la provincia.

Era el resultado de una infatigable tarea de agitación, emprendida por aquel medio centenar de dirigentes sindicales convocados por Domingo Mercante " para movilizar a las masas en favor de Perón ". La labor principal, desde luego, estuvo en manos de Cipriano Reyes y su grupo organizado en los frigoríficos, quienes llevaron la iniciativa a las calles. Detrás de ellos afloró después la paciente tarea de los dirigentes peronistas más decididos, quienes lograron poner en marcha hacia la Plaza de Mayo a las columnas más importantes. Los principales protagonistas de esa movilización fueron: José Tesorieri, Libertario Ferrari, Cecilio Conditi y Hugo Di Pietro ( trabajadores del Estado ); Valentín Rubio, Néstor Alvarez y Dolindo Carballido ( tranviarios ); Luis Gilera, Miguel Rodríguez y Luis Musagli ( ferroviarios ), Angel Gabriel Borlenghi, José Argaña y Abraham Krislavin ( empleados de comercio ); Antonio Valerga ( empleados del vestido ); Cosme Givogen y Jerónimo Schizin ( marítimos ); Joaquín Pollizi ( cerveceros ); Eusebio Rodríguez, Raúl Pedernera, Vivente Garófalo y José Suárez ( obreros del vidrio ); Hilario Salvo y Salvador Avendaño ( metalúrgicos ); Mariano Tedesco, Miguel Framini, Andrés Framini y Arturo Rodríguez ( textiles ); Eduardo Seijo y José María Barros ( madereros ); Germán Salovicz y José Astorgano ( choferes ).  En su calidad de asesor legal, colaboró activamente en los contactos sindicales el abogado Juan Atilio Bramuglia, quien acababa de ser interventor federal en la provincia de Buenos Aires.

Las columnas obreras encontraron facilidad para avanzar sobre la ciudad, sin resistencia alguna. Después del mediodía la actitud de la policía comenzó a cambiar. Varios factores determinaron esa actitud policial. Las anteriores refriegas con los estudiantes habían culminado en octubre de 1945 con la toma de universidades y su violento desalojo, durante el cual los agentes se desquitaron a  cachiporrazos. Ante cada manifestación opositora a Perón producida desde 1944, la policía era la encargada de disolverla, y así se fue generando un encono cada vez mayor. Se hacía difícil para esa misma policía, después de la renuncia de Perón, actuar a favor de quienes hasta el día de ayer habían sido sus más encarnizados enemigos. A su vez los antiperonistas tampoco entendieron que la policía les era necesaria en esos momentos, y siguieron agrediéndola, gritándole " ¡ Asesinos ! ".

Tampoco habían servido de mucho los cambios de dirección en ese cuerpo. Ni Mittelbach, ni Emilio Ramírez, que acababa de hacerse cargo, fueron realmente jefes con predicamento en esos días.

En el interior del país, el movimiento en favor del coronel Perón tuvo algunos chispazos de importancia. El más significativo se vivió en Tucumán, donde los sindicatos adheridos a la FOTIA ( Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar ) se reunieron en la ciudad de Monteros, al sur de la provincia, y forzaron una asamblea en la capital para el día 15. Esa operación fue iniciada desde Buenos Aires por el capitán Héctor Russo, quien ocupaba la Dirección General de Delegaciones Regionales, un organismo dependiente de la Secretaría de Trabajo que Perón había creado para tener abierta una oficina política en cada provincia. Russo pidió a todas las Delegaciones Regionales que se movilizaran en defensa del coronel y obtuvo su mejor respuesta en Tucumán.

El día 15, la FOTIA resolvió " declarar la huelga revolucionaria en todos los ingenios por tiempo indeterminado; constituir un secretariado paralelo para el caso de que los secretarios fuesen apresados; formar una comisión de agitación para lograr un pronunciamiento de las Fuerzas Armadas y tomar contacto con los gremios de Buenos Aires ". El apoyo militar lo obtuvieron al día siguiente, cuando el jefe de la 5ª Región Militar, teniente coronel Fernando Mera, se comprometió a " avanzar sobre la Capital Federal junto con los obreros, para defender al Gobierno de la Revolución ". El día 17 también se plegaron los ferroviarios y la provincia quedó totalmente paralizada, dependiendo de las noticias que enviaban, desde el epicentro de los sucesos, los dirigentes de la FOTIA reunidos en Berisso con Cipriano Reyes.

Los trabajadores frente a los balcones de la Casa de Gobierno, 17 de octubre de 1945

A las 13 horas del 17 de octubre, Farrell recibió en su despacho a una delegación de la CGT, encabezada por su secretario general Silverio Pontieri.

Iban a preguntar por Perón casi como una formalidad, pues desconfiaban de la posibilidad de su retorno, y por eso trataban de asegurarse el mantenimiento de las mejoras gremiales. Avalos, quien participó de la reunión para no dejar solo a Farrell con los gremialistas, les informó que " Perón no se halla detenido ".

Pontieri dejó entonces en manos de Farrell una resolución de la CGT que declaraba la huelga general por un día, a partir de la cero hora del jueves 18, " para expresar el pensamiento de la clase obrera en este momento excepcional que vive el país ", el que se resumía en estos objetivos: 1 ) contra la entrega del Gobierno a la Corte Suprema y contra todo gabinete de la oligarquía; 2 ) formación de un Gobierno que sea una garantía de democracia y libertad para el país y que consulte la opinión de las organizaciones sindicales de trabajadores; 3 ) realización de elecciones libres en la fecha fijada; 4 ) levantamiento del estado de sitio; por la libertad de todos los presos civiles y militares que se hayan distinguido por sus claras y firmes convicciones democráticas y por su identificación con la causa obrera; 5 ) mantenimiento de las conquistas sociales y ampliación de las mismas; aplicación de la reglamentación de las asociaciones profesionales; 6 ) que se termine de firmar de inmediato el decreto - ley sobre aumento de sueldos y jornales, salario mínimo básico y móvil y participación en las ganancias, y que se resuelva el problema agrario mediante el reparto de la tierra al que la trabaje y el cumplimiento integral del Estatuto del Peón.

Suscribieron esta declaración los 300 sindicatos adheridos a la CGT. Por idénticas razones, también declararon la huelga ese mismo día las federaciones de empleados de comercio, de obreros y empleados telefónicos, y la de sindicatos autónomos de la industria de la carne.

La CGT no proclamaba la huelga para liberar a Perón, sino para obtener satisfacción a sus demandas gremiales. La única organización que se planteó el problema crudamente y exigió el regreso del líder fue el Comité Sindical de Unidad de la Provincia de Buenos Aires, que declaró la huelga " en acción de repudio por la detención del coronel Perón y ante maniobras de los oligarcas ansiosos por encaramarse al poder ". Es más: la CGT estaba dividida en dos partes iguales y la votación para decidir la huelga ( la noche del día 16 ), de acuerdo con el recuento que había hecho cada bando, iba a ser de 21 a 19, en contra de esa proposición, cuando una hábil maniobra política ( que se atribuye a Arturo Jauretche ) invirtió las cifras.  Faltaba el representante de la Asociación Trabajadores del Estado, Libertario Ferrari, y " alguien " lo fue a buscar a su casa para que viniera a sumar un voto más, mientras otros se encargaban de catequizar a algunos indecisos. Los peronistas lograron de ese modo nuetralizar dos votos adversos ( uno se abstuvo y el otro se pasó de bando ) y sumar el de Ferrari, lo que determinó un sorpresivo resultado de 21 a 19, esta vez en favor de la huelga.

Un millar de obreros se reunió frente al Hospital Militar Central, sobre la avenida Luis María Campos, desde la 10 de mañana del día 17. Estuvieron allí reclamando a gritos la presencia de Perón, quien desde adentro escuchaba claramente los estribillos de sus partidarios, pero las autoridades del hospital dispusieron reforzar la guardia e impedir que los manifestantes se acercaran demasiado a la verja de entrada, tratando siempre de mantenerlos a una distancia prudencial.

Al mediodía llegó hasta allí una columna encabezada por el sacerdote Emilio Carreras, que venía gritando a favor del coronel Perón desde Plaza de Mayo. Detrás de ella arribaron otras manifestacioines más pequeñas, que acababan de recorrer ruidosamente las avenidas más importantes del barrio norte: Santa Fe, Callao, Las Heras, Cabildo y Luis María Campos.

A las 14 horas fueron emplazadas algunas ametralladoras en los jardines del hospital, apuntando hacia los manifestantes, pero la intervención del director del Instituto Geográfico Militar, general Otto Helbling, determinó el retiro de esas armas. Helbling habló a los peronistas allí concentrados y los exhortó a " mantener la calma y conservar el orden ". En ese instante comenzaron a llover algunas gotas que una nube pasajera dejó caer sobre la ciudad, y se escuchó este estribillo: " Aunque caiga el chaparrón, siempre siempre con Perón ".

Una comitiva de 25 obreros se desprendió de la concentración y pidió hablar con las autoridades militares, alegando representar a la Unión Ferroviaria, la Unión Sindical Argentina y el Comité Sindical de Unidad de la Provincia de Buenos Aires. Los recibió el teniente coronel Alberto Noalles, a quien solicitaron que se les permitiera entrevistar a Perón.

Noalles trató de evadirse aduciendo no tener autorización para otorgarles ese permiso, y mientras discutía con los obreros llegó el coronel Mercante dispuesto a " conseguirles ese permiso a breve plazo ". Lo obtuvo poco después, a las 14.30 horas, cuando el presbítero Carreras y los 25 delegados obreros fueron autorizados a entrar al Hospital Militar en compañía de Mercante y del mayor Fernando Estrada, quienes los condujeron hasta el departamento donde se alojaba Perón. Este los escuchó decir que se había declarado " la huelga general en todo el país para obtener su libertad ", y como única respuesta les pidió que mantuvieran la calma. " Hagan sus manifestaciones demostrando cultura  - clamó el coronel Perón -  y permanezcan reunidos frente a la Casa de Gobierno, no aquí ..."

La delegación obrera salió satisfecha de la entrevista y transmitió las palabras de su líder a todos los manifestantes que esperaban afuera ansiosamente. Sin embargo, no todos quedaron conformes. " ¿ Por qué no lo dejan salir ? ". " ¿ Qué hace allí dentro ? "." ¿ Está enfermo o sigue preso ?". Eran las preguntas que se suscitaban en la calle. Mercante trató de calmar a los más impetuosos con reflexiones como ésta: " El coronel Perón necesita el respaldo de todos los obreros para ser liberado. Hay que seguir luchando. Necesitamos más gente en la Plaza de Mayo, porque sin mucha gente no triunfaremos ".

Era un clamor desesperado: la plaza no se llenaba y Perón aun no se sentía muy seguro de que el apoyo obrero pudiese devolverle el poder. Solo confiaba en una demostración masiva que asustara a sus enemigos.   Mientras los obreros ganaban las calles y Perón maduraba su estrategia, en la Casa de Gobierno se vivían los momentos más decisivos de la crisis. Farrell, Avalos y Vernengo Lima analizaban con impaciencia, aunque sin acaloramiento, el desarrollo de un proceso que iba tomando formas imprevistas. Durante el almuerzo, que el presidente Farrell y sus únicos dos ministros utilizaron para cambiar ideas, Vernengo Lima se mostró decidido a " tomar medidas drásticas para frenar la marcha sobre Buenos Aires y terminar de una buena vez con todo esto ..."  Pero la pasividad de Farrell y la indecisión de Avalos frenaron esa tentativa.

Los diarios de esa mañana del 17 habían dado a conocer un breve comunicado del Ministerio de Guerra que Avalos no se sentía con ánimo de traicionar, y cuyo texto decía lo siguiente: " Por encargo del Excmo. señor Presidente de la Nación, el Ministro de Guerra reitera que el Ejército no intervendrá contra el pueblo en ninguna circunstancia. Solamente procederá para guardar el orden, cuando la gravedad de los hechos así lo impongan ".

Avalos insistía en esperar la formación del nuevo Gabinete encargado al procurador Alvarez, el que - según él - iba a "consolidar la situación", sin impacientarse aun por lo que ocurría en las calles. " Hay que dejarlos que se desahoguen; no van a poder hacer nada ", repitió varias veces, confiado en que la concentración obrera era impotente para presionar a un Gobierno que tenía toda la fuerza a su favor. Claro que Avalos no calculaba que esa fuerza, al no ser utilizada a tiempo, era como si no existiera. Sus efectivos ( estimados en 10.000 hombres ) estaban a 40 kilómetros de allí, aguardando en el acantonamiento de Campo de Mayo una orden de avanzar sobre Buenos Aires que tardaba demasiado en llegar. Esa orden tenía que darla únicamente Avalos, quien había asumido la responsabilidad de dar el golpe contra Perón y en quien los oficiales antiperonistas confiaban plenamente. Sin imaginar que Avalos no se decidiría nunca, los lugartenientes de Perón decidieron estudiar la defensa ante el eventual avance militar sobre Plaza de Mayo, y planearon el copamiento de las unidades más próximas. El único operativo que alcanzó a llevarse a cabo fue la toma del Regimiento Nº 3 de Infantería, instalado en las calles Pichincha y Garay, que quedó en poder del coronel Carlos Mugica. La segunda parte del plan consistía en obtener la libertad de todos aquellos jefes y oficiales adictos a Perón, a quienes Avalos había hecho detener la semana anterior. Esa misión estuvo a cargo de los ex ministros peronistas Armando Antille y Antonio Benítez, quienes aprovecharon su amistad con Farrell para arrancarle la decisión en el momento oportuno.

A esa altura, Perón tenía el camino despejado para retornar al poder sin peligro de resistencia alguna. Sin embargo, aun no se aventuraba a hacerlo.

Los trabajadores toman por asalto los tranvías y los colectivos para dirigirse a Plaza de Mayo, 17 de octubre de 1945

La falta de contactos entre Avalos y sus efectivos de Campo de Mayo obligó a los oficiales de esa importante guarnición a enviar una misión de reconocimiento. Cargó con ella al director de la Escuela de Artillería, coronel Héctor Puente Pistarini, quien llegó en las primeras horas de la tarde al centro de Buenos Aires a " observar de cerca los acontecimientos ", para informar al resto de los oficiales. A las 16.30 horas, mientras una temperatura de 25 grados agobiaba a los obreros, Mercante acudía junto con el general Juan Pistarini al despacho presidencial, respondiendo a un llamado de Avalos.

Al entrar allí, ambos pudieron observar que tanto Farrell como Avalos mostraban signos inequívocos de preocupación. Era fácil advertir que no sabían que actitud tomar y que acudían a ellos para negociar una solución pacífica con Perón, el único que podía sacar de allí a las masas obreras y ayudar a que se recobrara la normalidad sin actos de violencia. En esa entrevista, Mercante se dió cuenta de que Perón ya había ganado la batalla.

Rato después llegó Vernengo Lima, llamado por el presidente Farrell.  Vernengo Lima le expresó: " General, usted sabe que mi renuncia está siempre en sus manos, pero no sé que dirá la Marina ". Entonces intervino Pistarini como mediador y le propuso a Vernengo Lima que tuviera una entrevista con Perón. Vernengo Lima respondió que su despacho de ministro estaba siempre abierto para cualquier coronel que quisiera verlo y que Perón era uno de los tantos coroneles del escalafón. Vernengo Lima se retiró del despacho presidencial, decidido a sublevar la Marina. La acción psicológica llevada a cabo por los asesores de Perón; el trabajo de los dirigentes sindicales y la decisión de los militares que le eran adictos, comenzaban a dar resultados.

Eran las 17 horas del día 17 y afuera los gritos se hacían cada vez más hostiles, pues acababan de llegar las columnas formadas en los barrios obreros de la ciudad. La multitud se extendía ahora hasta más de la mitad de la plaza y coreaba a viva voz: " ¡ Aquí están, estos son, los muchachos de Perón ! ".

Una vez que se retiró Vernengo Lima de la entrevista, Farrell y Avalos exhibieron toda su debilidad y dijeron a Mercante que si Perón estaba dispuesto a calmar a sus adictos, el Gobierno se colocaba a disposición de él. Mercante pidió entonces autorización para transmitir esa inesperada propuesta a Perón, y abandonó la Casa de Gobierno. En el trayecto al Hospital Militar serenó su euforia y meditó sobre la conveniencia de que el líder volviese a hacerse cargo del poder, hasta que concluyó en una alternativa más estratégica: mantener a Perón retirado del Gobierno, dedicado exclusivamente a una gran campaña electoral para ganar los comicios presidenciales, y reponer a todos los funcionarios peronistas desplazados, para contar con la ayuda oficial en esa campaña. Quienes rodeaban a Perón en el instante en que llegó Mercante con la buena nueva, desaprobaron este plan y propusieron " abalanzarse sobre el Gobierno antes de que sea tarde, con Perón a la cabeza ". Después de un ardoroso cambio de opiniones, Perón se inclinó por la sugerencia de Mercante y aprobó la idea de pedir su retiro del Ejército para lanzarse a la gran campaña, pero se resistía aun a salir del hospital e ir a Plaza de Mayo, como sugerían todos sus lugartenientes.

Perón decidió enviar una comitiva a negociar con Farrell y Avalos.  Para acelerar el proceso, Mercante salió a la calle e informó a los periodistas: " El general Farrell ha ofrecido el Gobierno al coronel Perón. Ahora, una comisión integrada por el doctor Antille, el brigadier De la Colina, el señor Braccamonte y el capitán Menéndez comunicará las exigencias de Perón para retomar la tarea gubernamental: que sean nombrados el general Sosa Molina como ministro de Guerra y el coronel Franklin Lucero como jefe de policía. Además, debe renunciar de inmediato el ministro Vernengo Lima ".

Eran las 18 horas cuando el coronel Puente Pistarini regresó a Campo de Mayo con su informe " a vuelo de pájaro ", y sugirió a los oficiales seguir esperando el desenlace final. A esa misma hora también regresaba Mercante a la Casa de Gobierno. Avalos aprovechó entonces para hacerle un pedido: " Por favor, coronel, salga usted al balcón y calme a la gente. Hábleles para que se tranquilicen y dígales que se desconcentren en orden ". Con astucia, Mercante se asomó al balcón y dijo por el micrófono: " El general Avalos ...". No pudo seguir. La rechifla fue ensordecedora y un estribillo se apoderó de la multitud: " ¡ Avalos traidor ! "  " ¡ Avalos traidor ! ". Mercante insistió maliciosamente: " El general Avalos ...". Era imposible seguir. Al escuchar ese nombre, el auditorio abucheaba continuamente. Avalos le quitó entonces el micrófono recriminándole su proceder, y ordenó luego que Mercante fuera detenido en dependencias de la Casa de Gobierno.

La orden de Avalos se cumplió al pie de la letra, y Mercante fue conducido a una oficina en calidad de detenido. Ese instante fue aprovechado por Eduardo Colom, director de La Epoca, para intentar adueñarse del micrófono. Colom había ido a la plaza a las 15 horas, después de cerrar la quinta edición de su diario con las noticias más frescas sobre " la marcha peronista sobre Buenos Aires ", y en un instante de vacilación de los guardias había logrado introducirse en la Casa de Gobierno. Resuelto y avasallador, esgrimiendo siempre su única condición de " director del diario La Epoca ", Colom fue atropellando con su audacia todas las barreras hasta ubicarse también en el balcón. Estaba allí, mezclado con generales, coroneles y algún almirante, dispuesto a vivir de cerca los acontecimientos. En un momento dado, uno de sus amigos, Atilio Solitro, se acercó a Avalos y le propuso: " General, ahí está Colom, el director de La Epoca, ¿ por qué no lo deja hablar ?; a lo mejor consigue calmarlos y logra que se desconcentren ". Avalos rechazó la idea de plano: " Aquí los periodistas no tienen nada que hacer ".

Mientras Colom se iba acercando sigilosamente hasta el micrófono y Avalos se empeñaba en no dejarlo hablar, Solitro aprovechó para sacar de su bolsillo un ejemplar del vespertino peronista con la fotografía de Perón en la primera página y comenzó a desplegarlo delante de la multitud. Cuando ésta advirtió la operación, Solitro dejó caer las hojas al vacío, y el vuelo de la imagen de Perón sobre las cabezas fue saludado con un estallido popular. Avalos, convencido de que su accionar era estéril, veía desmoronarse el andamiaje antiperonista y comprendía entonces lo débil de su estrategia.

El procurador Juan Alvarez demoraba tanto en formar el nuevo Gabinete, que Perón había tenido tiempo de sobra para maniobrar y reconquistar el poder. Lo único que le quedaba por hacer ahora a Avalos era disuadir a la multitud de la idea de seguir allí esperando a Perón. De conseguirlo, tal vez estaría aun a tiempo de que Alvarez se adelantara a la comitiva peronista y le impusiese a Farrell su Gabinete. Por eso Avalos ordenó la liberación de Mercante, para obligarlo a " calmar a la multitud desde el micrófono ".

Colom aprovechó el momento para insistir ante el desconcertado ministro de Guerra, y le rogó: " General, déjeme hablar. Si le fallo, hágame fusilar ...". Avalos titubeó. No creía en esa promesa, pero su indecisión fue tomada como una respuesta afirmativa, y cuando reaccionó ya era tarde: Colom estaba frente al micrófono.    - ¡ Cuidado con lo que dice ! - le alcanzó a advertirle el general Avalos.   - Y bien, ¿ qué quiere que les diga ? - Infórmeles que Perón está en libertad e invítelos a disolverse. ¡ Nada más !

Colom acercó sus labios al micrófono y comenzó a hablar de la misma forma en que antes lo había hecho el coronel Mercante: " El general Avalos me dice ...". Tampoco pudo seguir, debido a la estruendosa silbatina. Avalos lo tomó entonces de un brazo y le dijo al oído: " ¡ No se haga el vivo, porque le quito el micrófono ! ". Colom reclamaba silencio y decidió apelar a su identidad para conseguirlo: " Cuando el director de La Epoca habla, tiene derecho a que se lo escuche ...", dijo en tono imperativo. El silencio se hizo y Colom se despachó a gusto con una frase corta pero decisiva: " Compatriotas - exclamó - el general Avalos me anuncia que el coronel Perón está en libertad ...".

De la multitud partieron inmediatamente voces de respuesta: " ¡ No le creemos ! ¡ Avalos miente ! ". Colom siguió: " Yo tampoco le creo. Por eso voy ahora mismo al Hospital Militar a buscarlo y lo traeré dentro de 15 minutos a este balcón. Mientras tanto, ustedes quédense aquí sin moverse ".

La audacia de esa actitud tomó a todos por sorpresa, y antes de que alguien pudiera reaccionar Colom se escapó a tiempo del balcón, filtrándose entre los militares. Ayudado por Solitro, ganó la calle y paró un auto en la puerta posterior de la Casa de Gobierno. El conductor era un funcionario de la Presidencia, a quien Colom reconoció inmediatamente y le ordenó cortésmente: " Llévenos hasta el Hospital Militar Central. Su coche será histórico. Vamos a buscar al coronel Perón ".

El automóvil llegó como una flecha hasta el hospital, y una vez allí, tras sortear el obstáculo puesto por la guardia, Colom fue autorizado a subir al séptimo piso y a entrevistarse con Perón.

Colom encontró a Perón con su semblante con rastros de insomnio y la inquietud de las horas vividas. Lo rodeaban, de pie, el general Pistarini, el brigadier De la Colina, los coroneles Descalzo y Lucero, el teniente coronel Mercante y el doctor Antille.  Colom le expresó a Perón: " Coronel, en Plaza de Mayo el pueblo, representado por más de medio millón de personas, acaba de proclamarlo Presidente de la Nación. Vengo a buscarlo. Ya no interesan los cargos que la conjuración de Avalos le arrebató. Usted ya pertenece al pueblo, y en su nombre vengo a invitarlo para que le hable desde los balcones de la Casa Rosada ".

Perón agradeció aquellas palabras. Antille se apresuró a decirle: " No hay que precipitarse. Comparto el entusiasmo de Colom, pero es necesario adoptar precauciones y proceder con cautela ". Un cambio de opiniones entre Perón, Pistarini, Descalzo, De la Colina, Lucero y Antille dio como resultado el siguiente plan: a ) exigir a Farrell la renuncia total del Gabinete; b ) Sustituir a Vernengo Lima con el contralmirante Abelardo Pantín; c ) Una vez aceptada y concretada esta situación, trasladar a Perón hasta la Casa de Gobierno para que hable al pueblo desde los balcones.

Poco después también llegó Mercante al hospital, quien se sumó a las deliberaciones y propuso que la comisión encargada de llevar todas aquellas exigencias " limite sus funciones hasta tanto se hayan copado todos los comandos, para evitar una resistencia de Avalos ". 

Perón aceptó y Mercante, en compañía de Colom, volvió a la Casa de Gobierno a informar a Avalos que " Perón está dispuesto a recibirlo para conversar serenamente " y convencerlo de que se traslade al hospital.

La idea de Mercante, madurada en el trayecto de Palermo a Plaza de Mayo, era atinada: sacar a Avalos de allí para poder trabajar libremente entre los contactos militares; obligar a Perón a enfrentarse de una buena vez con los hechos y a cumplir sus decisiones; ablandar definitivamente a Avalos para convencerlo de su derrota. Avalos ( llevado en auto por Mercante ) conversó con Perón entre las 18.30 y las 19 horas, momento en que abandonó el hospital. Cinco minutos después retornaba a ese lugar la comitiva peronista encargada de exigir la renuncia del Gabinete al general Farrell. Este, a su vez, había decidido a abandonar la Casa de Gobierno y retirarse a la residencia presidencial, manifestando estar " cansado de tanto bochinche ". Hasta allí volvieron luego los integrantes de aquella comitiva, y Farrell, hastiado, les confesó: " Hagan lo que quieran. Lleven a Perón a la Casa de Gobierno y siéntenlo en el sillón, si están dispuestos. Pero a mí déjenme tranquilo ". Eso, claro, no era lo convenido. Y Farrell debía cumplir aun una instancia más: recibir a Perón en la Casa de Gobierno y presentarlo al pueblo, para dar validez presidencial a su liberación definitiva.

En esos preparativos estaba Mercante, quien anunció públicamente que Perón iría a hablar al pueblo reunido en Plaza de Mayo, y ordenó que se instalaran altoparlantes. En un principio se difundió oficialmente la noticia de que Perón iba a hablar desde el hospital. Luego se dijo que lo haría desde el Hotel Mayo, en cuyos balcones se estaban instalando micrófonos. Pero finalmente se anunció que su discurso sería pronunciado desde la Casa de Gobierno.

Treinta minutos después, a las 20 horas en punto, concluía definitivamente el operativo antiperonista iniciado el día 9 de octubre en Campo de Mayo, porque a esa hora Farrell recibió por fin la famosa lista del procurador Alvarez y se vió obligado a rechazarla " por haber llegado demasiado tarde ...".

Alvarez desconcertado, abandonó la residencia presidencial y dejó en manos de los periodistas que lo abordaron una copia de la puntillosa nota presentada, cuyo texto había dejado de ser ya una solución para convertirse en una pieza fuera de juego.

Este episodio servía para definir claramente los dos estilos en pugna: el del peronismo, audaz y agresivo, con objetivos políticos concretos; el de sus opositores, mesurado e indeciso, se expresaba, como en la nota de Alvarez, en términos académicos. Mientras el peronismo empleaba recursos y estrategias valederas, a pesar de ser un movimiento de reciente formación, los partidos tradicionales, paradójicamente, se movían con esquemas impolíticos.

A las 21 horas, Avalos comprendió que estaba definitivamente derrotado y telefoneó a Campo de Mayo para informar que Perón hablaría al pueblo desde los balcones de la Casa de Gobierno. " Los invito  -  dijo a los oficiales reunidos allí, a través del soldado que tomaba el mensaje  -  a participar de este acto ".

Como resultaba difícil de creerle, el teniente coronel Antonio Carosella tomó el tubo y pidió a Avalos que repitiera el mensaje. Al escuchar ese pedido de labios del propio ministro de Guerra, Carosella se convenció; sin embargo, aun estaba esperanzado de que se tratara de un ardid para ganar tiempo, y por eso decidieron todos partir hacia Buenos Aires " a ver que pasa".

Algo parecido le ocurría en ese mismo momento al teniente coronel Francisco N. Rocco, reemplazante de Oscar Nicolini en la Dirección de Correos y Telecomunicaciones, quien había alistado a una compañía de aspirantes y a un batallón de la Escuela de Comunicaciones en posición de combate sobre los ventanales del Palacio de Correos. En un primer momento Rocco pensó en desplazar un par de camiones cargados de tropas hasta Plaza Colón ( detrás de la Casa de Gobierno ) y hacer desde este sitio algunas descargas al aire con el propósito de dispersar a la multitud. Después decidió no hacerlo, ya que el ministro de Guerra no adoptaba ninguna actitud concreta en ese  sentido.

A las 21.30 horas Antille llegó al hospital para avisar a Perón que Farrell lo invitaba a conferenciar en la residencia de la avenida Alvear. Perón se vistió y fue en un Plymouth conducido por su médico, el doctor Miguel Angel Mazza, mientras Mercante se quedaba esta vez internado en el hospital, fatigado y dolorido por una molestia ulcerosa. La entrevista se hizo en forma reservada, y en ella Farrell aceptó todas y cada una de las imposiciones de Perón: renuncias de Avalos y Vernengo Lima; desestimación del Gabinete propuesto por Juan Alvarez y formación de un Gabinete peronista, de acuerdo a los nombres que se le suministrarían. Luego fueron juntos hasta la Casa de Gobierno, a pedido de Perón ( " Usted tiene que estar al lado mío y hablar antes que yo ", le exigió ), y una vez allí convinieron en lo que iba a decir cada uno.

En la Casa de Gobierno, mientras tanto, Antille trataba de hablar a la multitud por los micrófonos, pero la gente estaba cansada de esperar y únicamente ansiaba escuchar la palabra de su líder. " Va a hablar el ex ministro de Hacienda, doctor Antille ...", anunció alguien por los altoparlantes y le respondieron con una silbatina y un estribillo: " ¡ Queremos a Perón ! ". Para tranquilizarlos, el locutor se corrigió: " Rectifico. Hubo un error de expresión. Hablará el delegado del coronel Perón ante el general Farrell, doctor Antille ". Pero el ardid tampoco dio resultado, pues la gente siguió reclamando la palabra de Perón e impidió hablar a Antille.

La única forma de contener esa impaciencia ( eran las 22.30 horas y algunos esperaban allí desde las 9 de la mañana ) consistía en darles lo que pedían: la voz del líder.  Simultáneamente, el coronel Tauber trataba de convencer al teniente coronel Rocco para que autorizara el uso de la cadena oficial de radios. Rocco accedió recién a las 22.45 horas, cuando se dió realmente cuenta de que " todo había terminado ", y al anunciarse que el discurso sería transmitido por radio, algunos peronistas exhaustos quisieron irse a sus casas. Colom, que se había pasado todo el tiempo improvisando arengas en distintos puntos de la plaza para mantener la mística, logró impedir que se retiraran.

El grupo más compacto, apretujado debajo del balcón para ver de cerca, estalló de entusiasmo al advertir la presencia del líder a las 23 horas y 10 minutos. Una ovación cerrada y una ola de aplausos saludó a Perón por espacio de 15 minutos. La plaza resultó chica aquella noche para contener la euforia de quienes volvieron a sentirse protegidos por la figura del conductor.

El coronel Perón y el general Farrell en el balcón de la Casa de Gobierno, noche del 17 de octubre de 1945

Evita Duarte que había recorrido las zonas industriales del Gran Buenos Aires durante el día 17, por la mañana y por la tarde, fue trasladada, en compañía de su hermano, al departamento de Perón, en Posadas y Ayacucho. Allí, por radio, escuchó el discurso con que el coronel Perón arengó a la multitud en Plaza de Mayo.

Millares de pañuelos blancos se agitaban sobre la calle Balcarce para saludar la presencia de Perón en la Casa de Gobierno. Al asomarse por el balcón, junto a Farrell, el líder fue largamente ovacionado por la multitud que estaba esperándolo sin claudicar, agotada, prácticamente sin fuerzas para gritar. Perón y Farrell debieron abrazarse reiteradas veces, ante el pedido del público, mientras otros encendían antorchas alrededor del monumento a Belgrano. Como los gritos de júbilo y los estribillos no cesaban, Perón se acercó al micrófono y anunció que hablaría el presidente de la Nación.

Se produjo el silencio y Farrell expresó: " Trabajadores, les hablo otra vez con la profunda emoción que puede sentir el presidente de la Nación ante una multitud de trabajo como es ésta que se ha congregado hoy en la plaza. Otra vez está junto a ustedes el hombre que por su dedicación y su empeño ha sabido ganar el corazón de todos: el coronel Perón ( aplausos ). De acuerdo con el pedido que han formulado, quiero comunicarles que el Gabinete actual ha renunciado. El señor teniente coronel Mercante será designado Secretario de Trabajo y Previsión ( aplausos ). Atención, señores: de acuerdo con la voluntad de ustedes, el Gobierno no será entregado a la Corte Suprema de Justicia Nacional ( aplausos ). Se han estudiado y se considerarán en la forma más ventajosa posible para los trabajadores las últimas peticiones presentadas. El Gobierno necesita tranquilidad. Para ello pide a ustedes trabajo, dedicación, que estén unidos, pero siempre respetando a los demás, porque así, como hoy, serán más dignos que cualquier otro grupo ciudadano. Finalmente, deseo que cada uno tenga su convicción de que con la unión y el trabajo hemos de llegar a obtener la más completa victoria de la clase humilde, que son los trabajadores. Nada más ".

Farrell había cumplido todas las exigencias de Perón. Los aplausos con que fue recibido este discurso se continuaron luego en un incesante clamoreo que exigía la palabra de Perón.

Al producirse la primera pausa, el líder convocó a todos los asistentes a corear el Himno Nacional, y luego un locutor anunció que Perón hablaría. Eras las 23 horas y 50 minutos, y Perón se estrechó nuevamente en un largo abrazo con Farrell antes de empezar su discurso. Su voz, pausada y medida en cada una de sus frases, alcanzaba un tinte cadencioso y cautivante.  Esto fue lo que dijo aquella noche:

"Trabajadores: hace casi dos años desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota, y la de ser el Primer Trabajador Argentino. Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello he renunciado voluntariamente al más insigne honor a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el honroso y sagrado uniforme que me entregó la Patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria. Por eso doy mi abrazo final a esa institución que es el puntal de la Patria: el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa, grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es pueblo sufriente, que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo, que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en sentimiento y en número. Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha ahora también para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo".

Tras una intensa ovación, Perón prosiguió con su arenga:   " Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria ( aplausos ). Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, había de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente con mi corazón, como lo podría hacer con mi madre ".

En ese instante, alguien de la concurrencia le gritó cerca del balcón: " Un abrazo para la vieja". Y Perón le respondió: " Que sea esta unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea una unidad, sino que también sepa dignamente defenderla". ( aplausos prolongados ). " ¿ Preguntan ustedes dónde estuve ? ". "Estuve realizando un sacrificio que lo haría miles de veces por ustedes. No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la Patria. Y ahora llega la hora, como siempre, para vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro por ver coronada esa era que es la ambición de mi vida: que todos los trabajadores sean un poquito más felices "

La multitud volvió a aclamarlo, y él les advirtió: "Ante tanta nueva insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden lo que hoy yo ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar, no merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo. Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa masa en movimiento a cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriota que son ustedes". 

"Pido también a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño éste, mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso hace poco les dije que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días. Esperemos que los días que vengan sean de paz y construcción para la Nación. Sé que se habían anunciado movimientos obreros, ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido como un hermano mayor que retornen tranquilos a su trabajo y piensen. Y hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y por esta única vez, ya que no se los pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres que vienen del trabajo, que son la esperanza más cara de la Patria ".

La vibrante arenga concluyó con este pedido: " He dejado deliberadamente para lo último el recomendarles que antes de abandonar esta magnífica asamblea lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros; y, finalmente recuerden que estoy un poco enfermo de cuidado, y les pido que recuerden que necesito un descanso, que me tomaré en el Chubut ahora, para reponer fuerzas y volver a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto si es preciso. Pido a todos que nos quedemos por los menos 15 minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días ".

Tal como él quería, la gente se mantuvo allí un cuarto de hora agitando sus pañuelos, enarbolando sus antorchas y sus banderas, y coreando estribillos peronistas. Después, la mayoría se desconcentró y enfiló hacia sus hogares, advertidos de que el paro general dispuesto para ese día que acababa de comenzar ( eran las primeras horas del jueves 18 ) impediría el uso de transportes colectivos. Empero, una columna de manifestantes formada junto a la Pirámide de Mayo partió hacia el oeste por la avenida de Mayo, al grito de " ¡ Perón sí, otro no ! " .

Esos manifestantes habían estado toda la tarde prometiéndose unos a otros " ir a incendiar Crítica ", después de haber visto en la quinta edición de este vespertino una fotografía que los indignó. " Avanza una columna del Cnel. Perón ", decía en primera página, con gruesa tipografía, el título de un grabado que mostraba a menos de diez obreros cruzando la avenida 9 de julio en las primeras horas de la mañana. La foto había sido tomada desde lo alto de un edificio, para encuadrar todo el ancho de la avenida y reducir el paso de los obreros a una minúscula presencia, perdida en esa ancha franja de asfalto.

Primera página de la quinta edición del Diario Crítica del día 17 de Octubre de 1945 que provocó la indignación y la furia de algunos manifestantes

Al llegar a la esquina de avenida de Mayo y Santiago del Estero, la columna de manifestantes se detuvo frente al edificio de Crítica, avenida de Mayo 1333, y comenzó a vociferar contra sus dueños. 

Era la 1 de la mañana y desde algunos balcones de los viejos edificios de la avenida de Mayo comenzaron a asomarse vecinos para ver qué ocurría. La cabeza de la columna, compuesta por jóvenes nacionalistas y simpatizantes peronistas, comenzó a arrojar piedras contra los vidrios del diario hasta que se oyó un disparo. En contados segundos la columna se desbandó y el grupo nacionalista tomó posiciones detrás de los árboles y de algunos automóviles estacionados. Desde allí comenzaron a descargar sus revólveres contra el frente del edificio de Crítica y obtuvieron por respuesta disparos desde las azoteas, donde parte del personal del diario hizo sonar la sirena para dar la alarma.

El tiroteo era incesante y la policía presente , que no lograba impedirlo, optó por refugiarse en distintos pisos del Palacio Barolo, situado enfrente de Crítica.  Sobre la calle fueron quedando varios heridos que pedían ayuda, hasta que llegó una ambulancia de la Asistencia Pública para recogerlos. Pero mientras se llevaba a cabo esta operación, el tiroteo seguía en forma intermitente. Al sentirse impotentes para conjurar la situación, los oficiales de policía pidieron al Regimiento 3 de Infantería que enviara un par de morteros " para abrir un boquete en el edificio del diario y entrar a detener a todos sus ocupantes ".

A las 3 de la mañana partieron de ese regimiento cinco camiones cargados de tropas y piezas de artillería " para tomar Crtítica ", pero antes de llegar fueron avisados de que la situación se había conjurado. El juez de instrucción y los directores de investigaciones, que llegaron al lugar dos horas después de comenzado el tiroteo, pudieron comunicarse telefónicamente con los ocupantes del diario y lograr que se les permitiera la entrada. Una vez adentro, la policía procedió a detener a todos sus ocupantes y a requisar las armas. Fueron sacadas de allí 63 personas y trasladadas en camiones celulares hasta la seccional cuarta de la policía, donde se las identificó y se supo que eran, efectivamente, empleados y redactores de Crítica.

Cuando todo había concluído y el juez pensaba retirarse, a eso de las 5, una nueva columna de manifestantes irrumpió frente al diario con el propósito de tomar el edificio e incendiarlo. Como no dejaban salir al juez de su interior, la policía ordenó a una compañía de gases lacrimógenos que disolviera a los manifestantes y recién así se pudo restablecer la calma por completo. El juez salió a las 6 de la mañana del jueves 18 y dejó establecido que se prohibiera el paso de peatones y automóviles durante todo el día, por ambos lados del edificio: sobre avenida de Mayo y por la salida de atrás, en la calle Rivadavia.p> A esa hora ya se conocía la nómina de los 50 heridos provocados por el tiroteo y el nombre del único muerto: Darwin Pasaponti, un muchacho nacionalista de 17 años y que fue herido de un balazo en la cabeza cuando intentaba parapetarse detrás de un automóvil. La muerte lo atrapó poco después, en el Hospital Rawson.

Mientras se producía el tiroteo frente a Crítica, los jefes navales hacían el último intento para impedir el afianzamiento de Perón y se declaraban sublevados dentro de los buques de guerra que navegaban frente al puerto de Buenos Aires. Vernengo Lima, quien se había retirado con ropas de civil de la Casa de Gobierno al caer la tarde del 17 ( con el firme propósito de " levantar a la Marina " ), era el responsable directo de esa rebelión ya inútil. Al separarse de Avalos, Vernengo Lima le había susurrado en el oído: " Usted hágase fuerte en Campo de Mayo que yo sublevo a la Marina ". Avalos no contestó nada, pero le estrechó la mano fuertemente, lo que el almirante interpretó como una anuencia hacia su plan.

De la Casa de Gobierno, Vernengo Lima viajó en taxi hasta el rastreador Drummond, amarrado en la dársena C de Puerto Nuevo, y luego de obtener el apoyo del contralmirante Basílico, comandante de la escuadra de río, hizo citar a los comandantes de los otros buques. Todos estuvieron de acuerdo en la sublevación a pesar de que sus barcos eran muy viejos y carecían de defensas antiaéreas. Seguro de que Campo de Mayo ya estaría a punto de avanzar sobre Buenos Aires, Vernengo Lima ordenó que la mayor cantidad posible de buques de guerra se concentrara en el río de la Plata, y envió al director de la Escuela Naval, contralmirante Leonardo Mc Lean, este despacho cablegráfico: " Con insigna a bordo Drummond, no acato autoridad del Gobierno. Sírvase zarpar con Escuela Naval e incorporarse en rada de La Plata ". Simultánemente, hizo también telegrafiar a todos los buques y reparticiones navales este texto: " Ante los acontecimientos producidos, interpretando la voluntad de la Armada he resuelto retirar su apoyo al Gobierno y colaborar con el Ejército para restablecer el orden en el país. He izado mi insigna a flote ".

Los resultados se conocieron enseguida : Mc Lean embarcó a sus cadetes sin pérdida de tiempo y sin oposición, y todos los buques comenzaron a zarpar en dirección a Buenos Aires.

Pero la sublevación falló en la base naval de Puerto Belgrano, donde la escuadra de mar no se movilizó; su jefe, el almirante Abelardo Pantín, se había entrevistado en un taxi con Vernengo Lima antes de que éste subiera al Drummond y había sido impuesto del plan subversivo en todos sus detalles. Pero Pantín quiso confirmar por sus propios medios los hechos y se trasladó a Campo de Mayo para cerciorarse de que Avalos comandaba la rebelión. Al llegar allí se enteró de que Avalos estaba, en cambio, en la Casa de Gobierno, y que en ese preciso instante comenzaba a convocar a todos los jefes a concurrir al acto en que hablarían Farrell y Perón. Esto confirmó las presunciones sobre el levantamiento y por eso la flota de mar se quedó quieta en Puerto Belgrano. Pantín fue nombrado al día siguiente ministro de Marina, en remplazo de Vernengo Lima, a quien se relevó de su cargo apenas se supo que estaba en rebeldía.

Vernengo Lima había aceptado su fracaso cuando un emisario suyo a Campo de Mayo ( enviado para verificar la situación ) volvió con la desoladora noticia de que " todo está muy tranquilo ". Lo había atendido en esa guarnición el teniente coronel Antonio Carosella, ya en la madrugada de día 18, quien hizo despertar a Avalos para informarle que " Vernengo Lima está con toda la Marina sublevada a la espera de su decisión revolucionaria " ...  Avalos contestó telefónicamente, desde la cama, que " Campo de Mayo no se mueve, en cumplimiento de la palabra de honor, dada al presidente de la Nación ". Vernengo Lima recibió esta respuesta casi simultáneamente con una carta que le enviaba Pantín en estos términos: " Necesito hablar con el general Avalos, el que ha renunciado y pedido su retiro. Los jefes de Campo de Mayo han estado en la Presidencia y han acatado las órdenes que les han dado. El general von der Becke me informa que el Ejército está tranquilo. Necesito pues hablar con usted para explicarle todo ".

Vencido, Vernengo Lima aceptó su derrota y el 18 se presentó detenido en el Ministerio de Marina, para ponerse a disposición de Pantín, su reemplazante.

El jueves 18, el paro dispuesto por la CGT se cumplió casi íntegramente, mientras Buenos Aires seguía siendo recorrida por grupos esporádicos de peronistas que pintaban leyendas con tiza y carbón en las paredes de los edificios céntricos. La Pirámide de Mayo, el Monumento a Manuel Belgrano y la estatua de Juan de Garay fueron decoradas con frases peronistas.

Una columna improvisada en horas de la mañana en Avellaneda, compuesta por ciclistas y jinetes, penetró en la ciudad y desfiló por Florida y Avenida de Mayo durante las primeras horas de la tarde, hasta que decidió retornar a su punto de partida.

El antiperonismo se sentía derrotado, sin ánimo para disputarle el dominio de las calles, y dejaba el terreno libre a sus adversarios. Perón aprovechó entonces para trazar su nueva estrategia y liquidar definitivamente los focos que le eran adversos dentro de las fuerzas armadas. El encargado de llevar adelante ese operativo era el general José Humberto Sosa Molina, y su primera "víctima" sería, desde luego, el general Eduardo J. Avalos, a quien se exigió la renuncia al Ministerio de Guerra y se obligó a solicitar el retiro del servicio activo del Ejército. Su reemplazante fue el general Felipe Urdapilleta. En 48 horas Sosa Molina relevó de sus cargos a los tenientes coroneles Ramón F. Narvaja ( director de la Escuela de Infantería ), Francisco N. Rocco ( Escuela de Comunicaciones ), Héctor Puente Pistarini ( Escuela de Artillería ), Florentino Piccione ( Escuela de Caballería ) y José María Ruiz Monteverde ( jefe del Regimiento 8 de Caballería ). Todos quedaron sin mando de tropa y fueron destinados a oficinas burocráticas.

Perón envió un telegrama a Cipriano Reyes felicitándolo por el triunfo del día 17 e invitándolo a concurrir a su casa particular. Delante de sus allegados, lo estrechó en un fuerte abrazo. Reyes supo para qué lo había convocado. Había llegado el momento de organizar un partido político.

El 22 de octubre, Perón se casó con Evita, la pareja contrajo enlace civil en la ciudad de Junín, y el día 10 de diciembre fue el religioso en la iglesia de San Francisco de la ciudad de La Plata, celebró la ceremonia religiosa un sacerdote jesuíta, Hernán Benítez, que luego fue el padre espiritual de Evita y la asistió hasta la muerte.

Foto de casamiento de los esposos Don Juan Domingo Perón Sosa Toledo y Doña María Eva Duarte Ibarguren. Octubre de 1945

El 24 de octubre, un grupo de sindicalistas dió vida al Partido Laborista " a semejanza  -  según Reyes  -  del Labour Party ", que en Gran Bretaña acababa de desalojar del poder a los conservadores. Luis Gay era su presidente y el combativo Cipriano Reyes, el vicepresidente. El laborismo proclamó el día 14 de diciembre de 1945 la candidatura presidencial de Perón a las elecciones nacionales programadas para el 24 de febrero de 1946.

El coronel Perón junto a su pueblo. Octubre de 1945

El 17 de octubre de 1945 fue, en síntesis, el día en que se movilizaron, entusiastamente, miles de trabajadores, obreros y empleados, para obtener la liberación del coronel Perón, porque lo reconocen a él como el líder y el protagonista de sus intereses.

Proclamada la candidatura de Perón, por primera vez en la historia política del país, una mujer, María Eva Duarte de Perón, acompañó a su marido, Juan Domingo Perón, en una campaña electoral.

El 24 de febrero de 1946, en una jornada electoral de orden admirable, la ciudadanía dio a Perón la mayoría que necesitaba para ser consagrado presidente de la Nación. El 4 de junio de 1946, Perón, ascendido a general de brigada, días antes, asumió las funciones presidenciales y abrió una nueva etapa en la historia argentina.

Las elecciones de febrero de 1946, convocadas por el gobierno militar de Farrell el día 13 de noviembre de 1945, dieron como resultado el triunfo de la fórmula Perón -  Quijano.

Perón logró derrotar a toda la dirigencia partidaria tradicional. Había triunfado. El Partido Laborista, la Unión Cívica Radical Junta Reorganizadora, la Alianza Libertadora Nacionalista y otras agrupaciones apoyaron la candidatura de Perón.

Perón resumió en su persona un poder político colosal: apoyo sindical y mayorías legislativas. Durante la primera presidencia, 4 de junio de 1946 al 4 de junio de 1952, tanto el pleno empleo como el auge de los salarios alcanzaron su cúspide.

El Gobierno: Presidente: Juan Domingo Perón; Vicepresidente: Juan Hortensio Quijano; el Gabinete: Ministro del Interior: Angel Gabriel Borlenghi; Ministro de Relaciones Exteriores y Culto: Juan Atilio Bramuglia, Hipólito Jesús Paz, Jerónimo Remorino; Ministro de Hacienda: Pedro Groppo; Ministro de Justicia e Instrucción Pública: Belisario Gache Pirán; Ministro de Hacienda: Ramón José Cereijo; Ministro de Agricultura: Juan Carlos Picazo Elordy, Carlos Alberto Emery; Ministro de Obras Públicas: General Juan Pistarini; Ministro de Guerra: General José Humberto Sosa Molina; Ministro de Marina: Contralmirante Fidel Anadón, contralmirante Enrique García. Tras la reforma constitucional de 1949, la determinación del número, denominación y competencia de los ministerios del Poder Ejecutivo Nacional fue atribución del Congreso. Como consecuencia, se crearon los siguientes: Ministerio de Asuntos Políticos: Román Alfredo Subiza; Ministerio de Educación: Oscar Ivanissevich, Armando Méndez San Martín; Ministerio de Justicia: Belisario Gache Pirán; Ministerio de Salud Pública: Ramón Carrillo; Ministerio de Industria y Comercio: José Constantino Barro; Ministerio de Transportes: Juan Francisco Castro; Ministerio de Comunicaciones: Oscar Nicolini; Ministerio de Trabajo y Previsión: José María Freire; Ministerio de Asuntos Técnicos: Raúl Mendé; Ministerio de Defensa: General José Humberto Sosa Molina; Ministerio del Ejército: General Franklin Lucero; Ministerio de Aeronáutica: Brigadier mayor César Ojeda, brigadier mayor Juan Ignacio San Martín.

Buenas intenciones, grandes logros y realizaciones. También errores y desaciertos, los hubo en todo gobierno.    La crisis de octubre de 1945 fue una desgarrante y transformadora experiencia para la personalidad de Evita, había surgido la mujer política.

Durante los seis años del primer gobierno de Perón, que corren entre 1946 y 1952, Evita cumplió una labor y roles de enorme trascendencia. Ella fue una figura que definió una modalidad nunca vista hasta entonces en la Argentina. Era la primera vez que una mujer se preocupaba tanto por el bienestar del pueblo.

Evita desarrolló una actividad vigorosa y constante. Dió curso a los innumerables pedidos que diariamente le traía la gente humilde, que iban desde solicitudes de trabajo hasta alimentos y juguetes para los más pequeños. Mostró una admirable seguridad y se movió como si toda su vida hubiera ejercido el oficio de primera dama, tratando a ministros, embajadores y altos mandatarios. 

Policlínicas, hogares de tránsito, asilos para ancianos, escuelas, hogares - escuelas, una preciosa y mágica Ciudad Infantil cuyo ingreso parecía un cuento hadas, vacaciones para niños, Campeonatos Deportivos, asistencia médica y alimentaria, son algunos ejemplos de la indiscutible obra humanitaria y social de esta joven mujer que sufrió la pobreza, el desprecio y la calumnia, y que, por el amor a su prójimo, jamás será olvidada. Pero esta es otra historia, una singular, emotiva y maravillosa historia.

Texto facilitado por mi amigo Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina.

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Esta página está dedicada a mi esposa Dolors Cabrera Guillén, fallecida por cáncer el día 12 de marzo de 2007 a las 18.50 y por seguir su última voluntad, ya que conociéndome, antes de morir, me hizo prometerle que no abandonaría la realización de mis páginas web.

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