DOCUMENTOS SOBRE EVA DUARTE DE PERON 


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María Eva Duarte de Perón / Evita. Argentina 1919-1952

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HISTORIAS, ANECDOTAS y TESTIMONIOS 

Evita en el Hogar de Tránsito Nº 2, hoy Museo Evita, Lafinur 2988, Buenos Aires

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De Horacio Maceyra, escritor, historiador y analista del peronismo, autor del libro La segunda presidencia de Perón, editorial Centro Editor de América Latina, 167 páginas, año 1984, Buenos Aires:

Varias son las explicaciones posibles sobre el sustento inicial que el peronismo encontró en las Fuerzas Armadas. En efecto, no cabe duda que en las elecciones de 1946, el candidato del Ejército era Perón.

Cuando las Fuerzas Armadas accedieron al poder en 1943, resultó facilmente advertible que " las principales características de la revolución era la confusión y la incertidumbre ". El golpe del 4 de junio de 1943 había entremezclado a liberales y nacionalistas de todo pelaje y color. Sin embargo, si hubo un elemento unificador, fue la conciencia vaga pero inquietante del agotamiento del sistema fraudulento que los mismos militares habían contribuído a instaurar una década atrás. De algún modo, el Ejército reaccionaba contra el oprobio de la década infame, que no había pasado sin salpicarlo.

Sin embargo, la falta de coherencia programática del movimiento había acelerado su desgaste. Sin bases populares, y hostigados por los partidos tradicionales - que los tildaban indiscriminadamente de nazis - los militares fueron experimentando una especie de reflejo defensivo que los separó paulatinamente de la sociedad civil.

El obrerismo de Perón no resultó grato a muchos oficiales, pero la evidencia de su popularidad tras el 17 de octubre, persuadió a la mayoría de que era la única garantía de preservación de los objetivos mínimos de la revolución de 1943. Tales objetivos eran, por cierto, difusos: oponerse al regreso del fraude que ellos corporizaban en la " partidocracia " tradicional, recuperar el prestigio y la unidad de las Fuerzas Armadas.

La elección estaba muy clara: o bien contribuir a que los políticos y la burguesía antimilitarista derrotara al Ejército, o bien aceptar a Perón a disgusto y recibir el apoyo del pueblo y de los sindicatos sin desvirtuar el espíritu de la revolución de junio. Y los militares eligieron la segunda alternativa, adhiriendo al gobierno electo legítimamente.

Hubo también otro elemento de decisiva importancia: la política de fomento industrial y en particular de apoyo a la siderurgia - en 1947 se sancionó la Ley Savio, que dio nacimiento a SOMISA ( Sociedad Mixta Siderurgia Argentina ) - comprometió a muchos oficiales que entendían la ligazón estrecha entre la industria y el potencial bélico, entre la independencia económica y la capacidad de defensa de una nación.

Por lo demás, los primeros años de gobierno peronista, habían permitido al Ejército modernizarse y renovar su equipamiento, objetivo largo tiempo postergado durante los años de la guerra.

Sin embargo, las Fuerzas Armadas no eran una institución monolítica y - en buena medida - reflejarían en su seno las contradicciones que dividían la sociedad civil. La adhesión al peronismo nunca había sido total, y la oposición - que al principio permaneció larvada - no tardaría en manifestarse.

Si bien los mandos estaban ocupados por oficiales adictos, en otros niveles - y particularmente en la Marina - crecían los disconformismos ante un régimen que - a los ojos de muchos hombres de uniforme - amenzaba subvertir las jerarquías.

Los intentos del peronismo por consolidar su arraigo en las Fuerzas Armadas mediante la " democratización " de las mismas, no hicieron sino fortalecer esa impresión: se otorgó el derecho de sufragar a los suboficiales - antes excluidos del voto por la Ley Sáenz Peña -, se posibilitó su ascenso a los grados de oficiales, y se dispusieron becas en los liceos naval y militar. Todo eso inquietaba a los cuadros superiores.

Alan Rouquié - autor poco favorable al peronismo -, pinta con acierto la impresión que el obrerismo del régimen causaba a muchos militares: " El espectáculo que brindaban las masas de descamisados vociferando en Plaza de Mayo al ritmo de las brutales arengas del " Primer Trabajador ", espantaba a las clases medias y a los hombres de orden. Los oficiales estaban particularmente impresionados por la nueva definición social del régimen. Solidarios de las capas medias por su nivel de vida, vínculos familiares y sus relaciones, consideraban con creciente inquietud la evolución de la sociedad argentina que parecía favorecer al sistema justicialista. Aunque por su origen no tuvieran que ver con los grupos dominantes de la pampa húmeda y con los intereses agroexportadores perjudicados por el monopolio estatal del comercio exterior, admiraban demasiado al patriciado como para aprobar el ensañamiento del régimen con las grandes familias. Y la arrogancia de los nuevos ricos, de los advenedizos de la industria liviana, antiguos obreros o artesanos favorecidos por sus contactos políticos, agudizaba su conservadorismo. La clase media asalariada, a la que pertenecen los oficiales, se sentía cada vez más insegura ante una política que socavaba su status social ".

La captación de voluntades por medio de ciertos favores personales - que también se practicó - no corría mejor suerte: al precio de indignar a muchos, sólo servía para obtener apoyos interesados e inseguros.

Anteponiendo consideraciones morales a las cuestiones de política práctica, muchos oficiales profesionales encontraban motivos para sentirse molestos e inclinados a coincidir con los antiperonistas más acérrimos, en tanto veían en el régimen un motivo de desprestigio y disolución. Todo ese descontento - que al gobierno no le pasaba inadvertido - iría en aumento, hasta desembocar en una conspiración, en vísperas de las elecciones de 1951.

María Eva Duarte de Perón - " Evita " para la clase trabajadora que la idolatraba, " la Eva " para la oligarquía que la detestaba - era uno de los aspectos más irritativos del régimen.

En ella se sintetizaban dos lecturas distintas - y antinómicas - de la realidad. Nada despertaría más el odio de la oligarquía, que el poder alcanzado por esa mujer de orígenes algo oscuros, que hablaba a las masas en un lenguje encendido y clasista. La pequeña burguesía participaba de ese aborrecimiento. Toda la moralina de ese sector social afloraría en la diatriba y el chiste soez, que tenía por destinataria a la antigua artista de cine y radioteatros. Tamaña versión encontraba su opuesto en una simétrica adoración popular por Evita, la " abanderada de los humildes ".

Todo cuanto el pueblo amaba en ella, era motivo de burla y reprobación para la oligarquía, que la acusaría de demagoga, ambiciosa, resentida y despótica. Ella no le iría en zaga, estigmatizando las lacras de ese sector social parasitario, y esgrimiendo con orgullo ofensivo su origen plebeyo y su identificación con los humildes y los marginados.

La clase media - que se asomaba ávida a la vida " amable " y a las fiestas de la " sociedad " en las páginas de " El Hogar " se dedicaría a criticar con ardor sus joyas y prendas de vestir: las mismas que admiraba en las damas de doble apellido.

La significación última de todo ese rechazo - como de la devoción popular - debe buscarse en el nuevo país que Eva representaba: simbolizaba una época de ascenso de los sectores más sumergidos, y también, un cambio fundamental en el rol de la mujer en la Argentina de entonces. No se había resignado a la actitud pasiva - tradicional en la " Primera Dama " - sino que había sido protagonista activa desde el primer instante.

El voto femenino, de algún modo, sintetizaba esa transformación revalorizadora de la condición de la mujer trabajadora, que ahora también tenía derechos y los hacía respetar. Y de la misma oligarquía provendría el rechazo de lo que representaba. Al efectivizarse a fines de 1951, el voto femenino tendría decisiva importancia en el triunfo peronista.

Eva Perón había sido fuente de inquietud en las Fuerzas Armadas desde antes que Perón fuera presidente. Era motivo de críticas su origen y su pública convivencia con el entonces Vicepresidente y ministro de Guerra.

Más tarde, la formalización del matrimonio, atemperó el disgusto. Pero su actividad política y sus actividades producían a muchos oficiales el mismo rechazo que a los civiles opuestos al régimen. Tradicionalmente, la esposa del Presidente de la República era una figura decorativa sólo apta para aparecer en función del protocolo o en tareas de beneficencia. Eva Perón irrumpió con violencia para hacer trizas esa venerable y apacible imagen. Mujer de lucha, no sólo se metió en política, sino que encarnó al sector más radicalizado del peronismo. A poco andar, sin ocupar ningún cargo oficial, era la persona más poderosa e influyente de la República después de Perón, y en algunos aspectos era la par del marido.

La versión de que Eva acompañaría a Perón como candidata a la vicepresidencia en las elecciones a celebrarse a fines de 1951, había ido creciendo, y con ella, el malestar entre las filas castrenses.

Esto ocurría en momentos en que varias circunstancias se combinaban para crear un clima poco favorable al gobierno. La oposición arreciaba contra el régimen, acusándolo de limitar las libertades esenciales - en enero había sido clausurado el diario La Prensa, uno de los tradicionales órganos de opinión de la oligarquía, pasando a ser manejado por la C G T - y, por otro lado, las huelgas recientes habían dejado su huella.

Por esa época, probablemente, se hicieron más intensas las actividades conspirativas en las Fuerzas Armadas, que venían desarrollándose desde tiempo atrás: algunos oficiales retirados - ex integrantes del GOU - habían constituido una logia secreta para derribar al gobierno, denominada " Sol de Mayo ".

En la medida en que el descontento cundiera, la posibilidad de crecimiento de estos grupos sería mayor. Y la candidatura de Eva Perón era, en tal sentido, un elemento determinante.

Por su parte, los mismos militares peronistas se resistían a admitir la candidatura femenina, recelosos de que la fuerza política de Eva Perón llegara a institucionalizarse. Además, la Ley de Acefalía colocaba a Eva Perón - en caso de ser elegida y fallecer su esposo - como Jefa Suprema de las Fuerzas Armadas, algo intolerable para los militares argentinos.

Tal vez por eso, el mismo Perón - en conocimiento de que existía oposición en el Ejército - decidió demorar el lanzamiento de la candidatura. No puede descartarse totalmente que algunos jefes allegados al presidente le hayan hablado francamente del tema.

Por otra parte, la salud de Eva Perón estaba - a esa altura - bastante quebrantada, padecía un cáncer de útero.

El tema permanecería en la indefinición hasta que finalmente, la C G T decidió unilateralmente proclamar la candidatura de Evita: el día 22 de agosto de 1951, por la tarde, más de 1.000.000 de personas se congregaron en la avenida 9 de julio para realizar el " Cabildo Abierto del Justicialismo ", un multitudinario acto para presionar a los indecisos.

La gente se había ido congregando desde el día anterior, y los carteles y consignas no dejaban dudas acerca del " veredicto " del " Cabildo Abierto ": se procuraba que Eva Perón aceptara integrar la fórmula presidencial.

En horas de la tarde se anunció que el Presidente de la Nación se haría presente. El clamor de la multitud allí reunida interrumpió repetidamente el discurso del secretario general de la C G T, José Espejo. Se reclamaba la presencia de Eva. Finalmente, también ella ascendió al palco con visible emoción, iniciando un discurso entrecortado por los gritos de la gente y por su propio llanto.

Sus palabras, sin embargo, no permitieron clarificar si aceptaba o no la nominación. Tras ella, habló Perón, y resultaba evidente que se procuraba finalizar el acto sin una definición explícita. No obstante, el secretario general de la Confederación General del Trabajo retomó el micrófono y volvió a instarle a que aceptara, en medio de la presión de la multitud.

Eva Perón solicitó un plazo de cuatro días, y finalmente pidió que se aguardara hasta el día siguiente.

En medio del desconcierto, las palabras finales de Eva nada aclararon: " Denme tiempo - pidió - para anunciar mi decisión a todo el país en cadena ".

Al otro día, los diarios sólo reprodujeron un párrafo aislado de lo que Evita había dicho: " Haré lo que el pueblo quiera " - que sugería una aceptación implícita.

El 28 de agosto, el partido y la C G T proclamaban oficialmente la candidatura, entre veladas manifestaciones de descontento militar y entusiastas adhesiones gremiales.

El 31 de agosto, por la noche, la voz de Eva Perón se escuchó por la Cadena Nacional de Radiodifusión, anunciando su decisión irrevocable: " Quiero comunicar al pueblo argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico Cabildo Abierto del 22 de agosto. Ya en aquella tarde maravillosa que nunca olvidarán mis ojos y mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el movimiento peronista por ningún otro puesto ... He tomado mi propia decisión en forma irrevocable y definitiva, presentada ante el consejo superior del Partido Peronista y en presencia de nuestro jefe supremo el general Perón. Ahora quiero que el pueblo argentino conozca por mí misma las razones de mi renuncia indeclinable ... Porque el 17 de octubre formulé mi voto permanente ante mi propia conciencia: ponerme integramente al servicio de los descamisados, que son los humildes y los trabajadores ... No tenía entonces ni tengo en estos momentos más que una sola ambición personal: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo, y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Eso es lo que yo quiero ser ".

Al día siguiente, la C G T propuso que de allí en más, el 31 de agosto fuera conmemorado como " día del renunciamiento ", incorporándose a las efemérides partidarias.

¿ Qué había significado el " Cabildo Abierto " ? Para la oposición, una maniobra espectacular del régimen, cuya culminación - prevista de antemano - sería el acto de renunciamiento. Algo así como la necesidad de constante " corroboración de carisma ", en el lenguaje del sociólogo y filósofo Max Weber.

Sin embargo, la visible confusión y el disgusto de Perón ante el cariz que tomaba el acto, llevan a pensar que no todo estaba preconcebido.

Podría pensarse también, que Perón quiso presionar mediante una muestra de adhesión popular, para contrarrestar la ofensiva militar en contra de la candidatura de su esposa, y evaluar luego sus efectos, antes de adoptar una determinación. Pero Perón conocía con antelación la opinión militar, y su discurso - como el de Eva - sugieren que la negativa estaba ya decidida. Por lo demás, la endeble salud de Eva Perón, no le posibilitaría - sin duda - desempeñar el cargo.

Parece más atinado pensar que Perón haya aceptado la realización del acto, según la iniciativa de la C G T, con la idea de dar una muestra de fuerza que afirmara la autoridad del régimen ante la oposición, y zanjar la cuestión con la negativa de Evita, conformando así simultáneamente a los gremialistas y a las Fuerzas Armadas.

No debe descartarse tampoco la posibilidad de que la propuesta de la C G T tuviera un sentido político concreto, y no simplemente honorífico: el secretariado existente en ese momento - Espejo, Soto, Santín - gozaba de la confianza de Eva Perón, y tal vez, perseguía un incremento del peso de la central obrera en las decisiones si la candidatura se efectivizaba. Si así fuera, Perón habría frenado la iniciativa.

De todas formas, Eva Perón no había necesitado de un cargo electivo para constituirse en principal vaso comunicante entre el movimiento popular y las masas trabajadoras. Su nombre se convertiría en símbolo de las más profundas reivindicaciones de una Argentina sumergida, que la perpetuaría más allá de la muerte, ya próxima por entonces.

Desde el 24 de setiembre el mal progresivo que la aquejaba la postraría en su lecho, impidiéndole toda actividad.

La fallida candidatura de Eva no había hecho sino acelerar los planes golpistas en el Ejército. Unida a las dificultades económicas que ya se avizoraban, a la agitación por las recientes huelgas y a la clausura y confiscación del diario La Prensa, tradicional vocero de la oligarquía - ocurrida a principios de 1951 - sirvió para madurar un clima que persuadió a los rebeldes: el momento propicio había llegado.

Las líneas conspirativas se tendían desde tiempo atrás y en dos direcciones independientes entre sí. Una la lideraba el general Eduardo Lonardi, oficial de artillería de 55 años, sin compromisos políticos conocidos, y con una excelente reputación profesional. Miembro de una tradicional familia católica de Córdoba, Lonardi - que estaba en actividad y revistaba en Rosario - comenzó a conspirar en 1951, contactando oficiales de la Escuela Superior de Guerra. El otro jefe golpista era el general retirado de caballería Benjamín Menéndez. Más impetuoso que reflexivo, Menéndez había llevado una vida agitada, marcada por duelos, desafíos a políticos y participación en una serie de conspiraciones, ninguna de ellas exitosa. Ferviente antiperonista, este oficial de 66 años, venía apalabrando amigos militares y civiles, en busca de apoyos para sus planes.

Por lo demás, los golpistas habían buscado contactos con fuerzas políticas de la oposición, con las que el régimen no mantenía una relación cordial. En efecto, desde su acceso al gobierno, el peronismo se había mostrado poco proclive a considerar a los demás partidos políticos. La relación no podía ser fácil, desde que el peronismo se arrogaba la representación excluyente del interés nacional, y el mismo Perón solía referirse a la oposición política en términos despectivos. En realidad, a Perón no le inquietaba demasiado el tema, porque en esos primeros años, el fortalecimiento de su gobierno - al influjo del poderoso aire renovador que insuflara al país - había sido paralelo al debilitamiento de los demás partidos.

Sin embargo, aún debilitados, esos partidos estaban en la mira de los militares golpistas, que veían la necesidad de proveer una base política a sus proyectos. Y muchos políticos, cada vez más enfrentados al régimen, no desestimaban la posibilidad de aferrarse al brazo armado. Eran los mismos que - desplazados por la revolución del 43 - se habían mostrado fervientes antimilitaristas. Pero un golpe militar " decente " podría abrirles paso - confiaban - al eliminar a este gobierno " dictatorial ", que enarbolaba la alpargata como símbolo de su barbarie ...

Lonardi había obtenido promesas de apoyo por parte de Miguel Angel Zavala Ortiz - radical - y del socialista Américo Ghioldi. Por su parte, Menéndez mantuvo una reunión con el mismo Ghioldi, el dirigente radical Arturo Frondizi, el demócrata progresista Horacio Thedy y el demócrata nacional Reynaldo Pastor, a quienes se presentó como jefe natural del inminente alzamiento.

Pronto surgieron gestiones para lograr el acercamiento de ambos grupos y el contacto entre los jefes. Lonardi y Menéndez mantuvieron dos encuentros en secreto, sin llegar a ningún acuerdo concreto.

El temperamento reflexivo de Lonardi lo llevaba a moverse con suma prudencia, en vista de que el gobierno - que estaba sobre la pista - incrementaba su vigilancia sobre los militares sospechosos. Lonardi fue citado por el ministro de Guerra Franklin Lucero para formularle una advertencia sobre sus actividades, de las que se tenían algunos indicios. Era reacio a precipitar los hechos, hasta no contar con la certeza de bases suficientes.

Menéndez, impetuoso, corajudo, dueño de una absoluta confianza en sí mismo, creía que bastaba sublevar a un pequeño sector del Ejército para que el ejemplo operara como reacción en cadena hasta levantarlo en pleno. Era pues, partidario de actuar los antes posible.

En un momento dado, conocedor de que Menéndez se disponía a encabezar el golpe sin más dilaciones - y acaso convencido de que fracasaría - Lonardi desistió de toda acción, dando libertad a quienes lo apoyaban para que se plegaran a las filas de aquél. Entre quienes así lo hicieron, figuraban Alejandro Agustín Lanusse - por entonces capitán - y Juan Enrique Guglialmelli.

El movimiento dirigido por Benjamín Menéndez - relata el historiador Miguel Angel Scenna en su libro Los Militares, editorial de Belgrano, Buenos Aires, año 1980 - estalló el 28 de setiembre de 1951 y fue un perfecto fracaso desde su iniciación. Con un centro en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, no logró siquiera dominar lo que debió ser el núcleo de la revolución. Fueron más los oficiales leales que los rebeldes. Entre los que se negaron a plegarse al general Menéndez se contó el mayor Juan Carlos Onganía. De 180 tanques que debieron marchar sobre la Capital Federal, sólo 3 salieron de Campo de Mayo rumbo al Colegio Militar, que también se negó a plegarse a la rebelión. En tanto el comandante en jefe del Ejército, general Angel Solari, obró sin pérdida de tiempo y con máxima energía. Practicamente a su sola orden se rindieron las tropas mecanizadas de La Tablada, también sublevadas, con lo que Menéndez quedó en el aire. No le restó otro camino que entregarse.

El jefe sublevado había supuesto que la opinión general del Ejército le era favorable, y se le plegaría sin dilaciones. Aunque así fuera, era imprescindible un resonante éxito inicial para persuadir a los indecisos a que tomaran parte en la acción; pero la pobre columna de 3 tanques y 200 hombres que salió de Campo de Mayo rumbo al Colegio Militar no ofrecía demasiado incentivo a los oficiales que aprobaban esa causa pero no estaban resueltos a arriesgar por ella sus carreras.

La intentona había fracasado: la mayoría de los jefes se habían mantenido leales a sus mandos. Sin embargo, encendía una luz de peligro. La proclama de Menéndez permitió advertir que la conspiración era más amplia que el mero levantamiento de unos pocos oficiales: " Cuento con el respaldo de la ciudadanía, representada por figuras prominentes de los partidos ..."

Era entonces advertible que el distanciamiento entre las Fuerzas Armadas y los partidos políticos tradicionales - que había sido uno de los elementos decisivos en el proceso iniciado en 1943 - se estrechaba. Frente al peronismo coincidían - en heteróclito conjunto - elementos conservadores, ultranacionalistas, así como liberales de toda la gama. Esto se reflejaba no solamente en los sectores políticos que se aproximaron a Menéndez, sino en la misma filiación ideológica de la oficialidad que conspiraba.

Las consecuencias del levantamiento se hicieron sentir: se decretó el estado de guerra interno - que ponía en suspenso las garantías constitucionales, y se mantendría hasta el derrocamiento del gobierno - y se intensificó la presión sobre la oposición. El clima político, por supuesto, desmejoró sensiblemente.

Dentro de las Fuerzas Armadas, Perón y su ministro de Guerra, general Franklin Lucero, practicaron una extensa " depuración " que alcanzó a unos doscientos oficiales, pasados a retiro. Hubo gran número de arrestos - ciento once oficiales -, pero los jefes rebeldes no recibieron penas excesivamente graves, si se piensa que el tribunal militar podía llegar a aplicar la pena de muerte. El general Menéndez fue sentenciado a 15 años de prisión , y destituído pero no degradado. En esa oportunidad - como en otra posterior - el gobierno peronista no exhibiría severidad para con los sublevados. Evidentemente, Perón era reacio a sensibilizar a las Fuerzas Armadas con rencores profundos y duraderos. La " Revolución Libertadora " no mostraría, después de 1955, análoga indulgencia ...

La benevolencia con que los golpistas fueron juzgados, y la relativa poca importancia que el gobierno pareció conferir al levantamiento, contrastarían con la actitud de Eva Perón, que desde su lecho de enferma, había seguido con atención los sucesos.

El mismo 29 de setiembre, Eva - que sin duda intuía el peligro oculto tras la intentona fracasada - citó en forma secreta a José Espejo, Isaías Santín y Florencio Soto, miembros del secretariado general de la C G T, así como al general Humberto Sosa Molina, comandante del Ejército que reemplazaba al general Solari ( alcanzado por la " limpieza " ). En dicha reunión, realizada en torno a su lecho de enferma, Evita ordenó la compra de 5.000 pistolas automáticas y 1.500 ametralladoras destinadas a la formación de milicias obreras. Los fondos se obtendrían de la Fundación Eva Perón. Esas armas llegaron al país, pero el mismo Perón ordenó, después de su muerte, que se archivaran en el arsenal Estaban de Luca y se destinaran más tarde para reequipar a la Gendarmería Nacional.

El mismo día, Eva había manifestado, a sus allegados: " Si a Perón el Ejército no lo quiere, lo defenderá el pueblo ..."

Poco después, el 17 de octubre, Eva Perón pronuncia uno de sus últimos discursos. En esa oportunidad, y con inusual énfasis - no obstante su extrema debilidad - fustigó a la oligarquía y convocó al pueblo a unirse en defensa de Perón para asegurar una revolución cuya única garantía residía en los trabajadores: " No ha pasado el peligro. Es necesario que cada uno de los trabajadores argentinos vigile y que no duerma, porque los enemigos trabajan en la sombra de la traición, y a veces se esconden detrás de una sonrisa o de una mano tendida ... Yo les pido hoy, compañeros, una sola cosa: que juremos todos públicamente, defender a Perón y luchar por él hasta la muerte ... la victoria será nuestra. Tendremos que alcanzarla tarde o temprano, cueste lo que cueste y caiga quien caiga ".

Una extraña mística revolucionaria, que el peronismo no reencontraría tras su muerte, ardía en la palabra de Eva Perón. Intuía, sin duda, que la revolución - lejos de terminar - recién se iniciaba. Y que la vacilación o la flaqueza abrirían el camino para el retorno de los sectores que habían sido alejados del poder político, pero cuyo poder económico estaba aún intacto.

El 11 de noviembre de 1951, se realizaron las elecciones nacionales. El Ejército - como en 1946 - garantizó la pulcritud del comicio, aunque en los días previos, la oposición halló dificultades para expresarse.

El veredicto de las urnas zanjó toda duda, si es que la había: el gobierno recibió un apoyo abrumador: la fórmula Perón - Quijano obtuvo 4.745.157 votos ( 62 % ), contra 2.406.050 ( 32 % ) de la Unión Cívica Radical, cuyo candidato era Balbín. El resto de los partidos - Demócrata, Comunista y Socialista - sumaron en conjunto 300.638 ( 4 % ).

El peronismo había alcanzado además, el triunfo en todas las provincias, la participación femenina registraba un peso decisivo en el resultado de la elección: Las mujeres superaron a los hombres por 137.000 votos en las elecciones, y de esas mujeres, una proporción mayor que en el caso de los hombres votó por Perón ( 63,9 % frente al 60,9 ). Por primera vez, además, seis mujeres fueron elegidas para el Senado y veintiuna para la Cámara de Diputados, todas ellas peronistas; ocuparían sus bancas cuando el nuevo Congreso Nacional se reuniera en mayo de 1952.

Los resultados obtenidos posibilitaban al peronismo inaugurar un nuevo período gubernamental, contando con sólido y mayoritario respaldo en ambas Cámaras, lo que le otorgaría una amplia libertad de acción. Al mismo tiempo, servirían para convencer a la oposición de la imposibilidad de luchar contra Perón con medios electorales. Lejos de legitimar al régimen ante sus ojos, los movería a reorganizarse, tras el reciente fracaso, para nuevos intentos.

Sin embargo, y pese al amplio triunfo electoral, la situación no se presentaba fácil al comenzar Perón su segundo mandato.

Las " buenas épocas " habían quedado atrás, y el peronismo había aprovechado el período de prosperidad para concretar la mayoría de sus logros. Pero las circunstancias habían variado, y la crisis, que había comenzado a manifestarse hacia 1949, dejaba ver ahora sus consecuencias.

Las dificultades de la Argentina en el terreno económico, respondían a circunstancias externas desfavorables, a la vez agravadas por factores de naturaleza interna, tanto estructurales como coyunturales.

En primer lugar, habían variado las condiciones de la economía internacional en la posguerra. Como lo señalaba hacia 1950 el escritor e historiador Raúl Scalabrini Ortiz: " Hoy Gran Bretaña ya no es el centro del capitalismo. La matriz del capitalismo es Norteamérica, pero Norteamérica no es consumidora y el sistema ha dejado de funcionar ...". Esto implicaba que, en momentos en que los Estados Unidos constituían la única fuente posible de abastecimiento de maquinarias, equipos y tecnología, las posibilidades de complementación con una economía exportadora de productos primarios no resultaban fáciles.

Además, se ampliaba la expansión internacional de las grandes corporaciones industriales. Estas corporaciones comenzaron a jugar un papel crecientemente activo en el comercio y transacciones financieras internacionales. Las posibilidades de desarrollo industrial en los países de la periferia estaban, en tales condiciones, fuertemente condicionadas por su receptividad a la realización de inversiones de esas corporaciones en sus economías nacionales, con el consiguiente control de los sectores industriales en expansión. Se estrechaban así los márgenes de acción para los nacionalismos populistas, surgidos en los países dependientes, hacia la posguerra.

Por otra parte, la Argentina comenzaría a encontrar problemas para la colocación de sus productos de exportación, por la retracción y reorientación de las compras de las economías europeas: la participación que se le concedería en las adquisiciones derivadas del Plan Marsahll, sería deliberadamente escasa.

Asimismo, los precios de los alimentos descenderían fuertemente, al volcar Estados Unidos al mercado los excedentes agrícolas acumulados, y al reconstruirse el Trust Internacional del Cereal, con sede en Rotterdam, que centralizaría las compras imponiendo precios a los países productores.

Este deterioro de los términos de intercambio, se vería agravado por una sustancial reducción de los excedentes exportables. En primer lugar, el desarrollo del mercado interno restó a la exportación el 80 % de la producción agropecuaria, orientándola al consumo local. En segundo término, dos sequías de extraordinaria magnitud azotaron al campo argentino, reduciendo la proporción de superficies sembradas muy por debajo de los niveles históricos, en las campañas 1949/50 y 1951/52.

La acción combinada de estos factores, colocó al sector externo en una situación extremadamente vulnerable, en momentos en que, consumada ya la fase sustitutiva de importaciones en la industria liviana, era preciso acometer nuevas etapas, que requerirían importaciones crecientes de bienes de capital e insumos industriales.

La economía argentina había crecido y tendía a volverse más compleja, con lo que las necesidades eran mayores: las nuevas fases a encarar exigirían mayor densidad de capital y tecnología. Se habían ido manifestando también, a medida que la actividad crecía, problemas energéticos. Vale decir que la Argentina había desplazado el eje de su dependencia de compras externas, hacia bienes más complejos, con la consiguiente mayor necesidad de divisas.

La depresión de la actividad económica interna por obra de las restricciones externas, provocaría una paulatina reducción de la oferta, al tiempo que obligaría a desplazar la absorción de empleo de la industria a los servicios, y particularmente al sector público, con el consiguiente déficit.

El gobierno procuró mantener, sin embargo, la política expansiva del gasto público y de altos salarios, con lo que la insuficiente oferta de bienes produjo una fuerte inflación: los precios mayoristas ascendieron en 1951 alrededor de un 50 %.

Gran parte de esta inflación podía imputarse, no tanto al crecimiento de la masa monetaria vía emisión sino al gran incremento de la participación del sector terciario - servicios - en la composición del PBI ( Producto Bruto Interno ), con la consiguiente reducción de la productividad y la oferta de bienes, sin una paralela reducción de la demanda. También incidía el traslado a los precios - por parte de los empresarios - de los aumentos de salarios. En los primeros años, la inflación habíase mantenido bajo control, en tanto la economía crecía.

Como el ingreso rural se deprimió, el gobierno ya no pudo recurrir a la transferencia de recursos como forma de financiar el desenvolvimiento industrial y los altos salarios. La inflación obstaculizaba el crédito bancario y la restricción externa impedía, al mismo tiempo, que la expansión de los salarios y del consumo privado aumentara las ganancias por la vía de una mayor utilización del parque industrial. Se dificultaría entonces la armonización de intereses obrero - empresarios, generándose evidentes síntomas de inquietud social, como las huelgas desarrolladas hacia 1949 y 1950, ante el surgimiento de reclamos salariales no satisfechos.

Resulta evidente, que los objetivos de la política económica peronista no podían ser mantenidos recurriendo al instrumental utilizado hasta ese momento. Se requería un cambio de rumbo, que implicaría, o bien una profundización drástica de la política iniciada - lo que tarde o temprano habría de conducir a la expropiación de la renta agraria de la oligarquía, para volcarla a la industria pesada, produciendo la trasformación requerida -, o bien el abandono de algunas de sus metas más próximas, con miras a estabilizar el sector externo, controlar la inflación y superar la coyuntura crítica, para encarar la nueva etapa. La Argentina debería reorientar su desarrollo hacia la industria pesada y el sector energético, para completar el ciclo de su independencia económica.

El peronismo se decidió por el segundo camino, que comenzaría a recorrerse en 1952 en forma relativamente exitosa, si nos atenemos a los resultados concretos. Pero podría pensarse que el abandono de la política transformadora, de creciente participación de los sectores populares, y su sustitución por una política estabilizadora, implicó un empantanamiento de la revolución iniciada, que al detenerse, dejaba intacto el poder económico de la oligarquía, y por consiguiente, su capacidad de reacción.

A comienzos de 1952, la economía argentina atraviesa por uno de sus momentos más difíciles.

Para conjurar la crisis, que respondía tanto a problemas coyunturales cuanto a desequilibrios estructurales, el peronismo se decidió por un camino que, si bien no implicaba el abandono de las metas fijadas - que se procurarían retomar a más largo plazo sobre bases materiales más sólidas - las dejaba momentáneamente de lado para dar paso a una política estabilizadora, restrictiva y de mayor austeridad. Esta tendría clara expresión en el Plan Económico para 1952, dado a conocer por Perón en febrero de ese año, que serviría de transición hacia el Segundo Plan Quinquenal, anunciado a fines de ese mismo año.

En realidad, el abandono de los lineamientos generales de la política económica inicial, fuertemente estatista y redistributiva, había comenzado a insinuarse lentamente con anterioridad a 1952. La eliminación de Miguel Miranda de su puesto clave al frente del IAPI - ocurrida en 1949 - para dar prevalencia al criterio de economistas más ligados a la concepciones clásicas, como Alfredo Gómez Morales, había significado un retroceso en el rumbo de la economía. Así lo entendieron muchos peronistas, como es el caso del político y pensador Arturo Jauretche, que abandonó por esos años - y en parte por ese motivo - la vida pública.

Tal vez las presiones de la oposición - como los supone Jauretche - y especialmente las provenientes de los sectores económicos más afectados por los cambios impulsados, como también las originadas en los grupos más conservatistas del mismo peronismo, habían persuadido a Perón de la necesidad de " moderar " su accionar, de buscar caminos más graduales para la transformación de las estructuras económicas. Esto pudo ser interpretado como un intento de ampliar las bases del gobierno, alejándolo en parte de la ligazón íntima con la clase obrera. Era como si, cumplida una primera etapa de otorgamiento de mejoras sociales fundamentales, se insinuara una apertura hacia otros sectores.

Es cierto que el peronismo no era un movimiento exclusivamente proletario, y que las tareas propias de la revolución nacional debían necesariamente incluir a otros segmentos de la sociedad. Pero la revolución nacional - y la independencia económica perseguida - estaban íntimamente ligadas a la suerte de los grupos sociales sumergidos, y difícilmente pudieran hallar cimiento sólido fuera de las clases trabajadoras.

La profundización de las transformaciones emprendidas requeriría, sin duda un mayor protagonismo político de la clase obrera, que Perón no estaba dispuesto a conceder, según lo había evidenciado la disolución del partido Laborista, así como los sucesivos reemplazos de Luis Gay y Aurelio Hernández al frente de la C G T, que quedaría a cargo de José Espejo. El escritor y periodista Santiago Senén González en el libro Breve historia del sindicalismo, editorial Alzamora, Buenos Aires, año 1974, afirma que: Lo que en un principio era una estrecha colaboración se transformó con Espejo en íntima relación de gobierno - C G T. Pero esa íntima relación había implicado una creciente pérdida de autonomía por parte de la central obrera, sin un correlativo aumento de su peso en la adopción de decisiones políticas.

Esa tendencia del gobierno a desacelerar la marcha en el aspecto económico - unida a otros peligrosos síntomas de descomposición interna - parecían sugerir un cierto " aburguesamiento ". Paradojalmente, el nuevo rumbo no le restaría al peronismo el apoyo de la clase trabajadora, que veía en Perón el único reaseguro de las conquistas recientes. Pero lo volvería en cambio, más vulnerable a los ojos de sus adversarios, que recibirían con alborozo las nuevas orientaciones - aun elogiándolas moderadamente - pero no dejarían de advertir en ellas algo así como una " concesión ", una muestra de debilidad.

El 18 de febrero, ante las consecuencias de una cosecha desastrosa, el estancamiento de la producción industrial, el deterioro del comercio exterior y la tasa de inflación en veloz aumento, el presidente apeló a la radio para anunciar un programa de austeridad económica. Fue un sobrio mensaje en el que Perón señaló que durante los últimos cinco años " no hemos pedido al pueblo ningún esfuerzo extraordinario y menos aún el menor sacrificio para realizar su felicidad y consolidar la grandeza de la Patria ", pero agregó que había llegado el momento de adoptar una política de menor consumo y mayor productividad.

En ese mensaje difundido por la Red Argentina de Radiodifusión, Perón, además de trazar los lineamientos generales del Plan, procuró hacer una apelación al consenso y la participación : " Una amplia difusión - dijo - llevará al pueblo en forma progresiva las informaciones necesarias para que cada uno pueda empeñarse en la realización del plan conjunto y a la vez esté en condiciones de prestar el máximo de cooperación individual a la realización de las medidas correspondientes ". Y agregó que " ... el trabajo y el sacrificio, creadores de riqueza, son los factores decisivos de toda solución económica ".

Perón confiaba en que la popularidad alcanzada por su gobierno resistiría la prueba de un transitorio sacrificio económico - que sin duda habría de pesar en mayor medida sobre los asalariados - sin demasiado desgaste.

Tras destacar los logros alcanzados en los primeros años, y analizar las causas y características de la crisis - la desfavorable relación de precios externos, las sequías, el lento crecimiento de la producción -, Perón describió las metas básicas que su gobierno se proponía alcanzar: aumento de la producción, austeridad en el consumo y fomento del ahorro. " En nuestro caso - afirmó - la austeridad en el consumo no implica sacrificar lo necesario, significa en cambio: eliminar el derroche, reducir gastos innecesarios, renunciar a lo superfluo y postergar lo que no sea imprescindible. Con ese reajuste a nuestro consumo lograremos: aumentar las exportaciones y reducir las importaciones. Si a la política de austeridad agregamos un aumento sólo del 20 % en la producción solucionaremos: el problema de las divisas, parte del problema de la inflación, y consolidaremos la capitalización del país ".

Para la consecución de tales objetivos, el gobierno impuso severas medidas económicas, que se agregaron a la menor expansión del crédito y los salarios que venía implementándose desde 1949: - Se procuró mejorar la relación de los precios agrícolas - revirtiendo la política anterior, de transferir ingresos del agro a la industria - a través de tipos de cambio preferenciales.

- Se restringió la faena de animales y el consumo interno de carnes, con miras a incrementar los saldos exportables.

- Se impusieron restricciones a la importación, disponiéndose la expropiación de mercaderías importadas acopiadas en depósitos.

- Se dispuso aumentar la selectividad del crédito e incrementar la tasa de interés para incentivar el ahorro interno.

- Se estableció el congelamiento de precios y salarios a la fecha del plan, prolongándose la vigencia de los nuevos convenios paritarios a dos años.

- Se dispuso la creación de una comisión permanente de precios y salarios a fin de vincular todo incremento de las remuneraciones a los aumentos de la productividad, e impedir alzas de precios no justificadas por mayores costos.

- En materia de gasto estatal, se propugnaba la racionalización de las obras públicas a los límites absolutamente indispensables, procurando derivar actividades - como la construcción de viviendas - hacia el sector privado.

El 5 de marzo, en otro mensaje radial, Perón volvió a reafirmar conceptos en torno a las medidas anunciadas, el control de su cumplimiento y la imprescindible participación popular en su ejecución. Una vez más, instó a reducir el consumo, y en especial, a producir más: " El justicialismo sólo puede asegurar una justicia distributiva en relación con el esfuerzo y la producción ... Las comunidades más ricas y felices no son las que ostentan el más elevado consumo. Son las que producen más y ahorran sobre la diferencia ".

También se extendió en consideraciones sobre la necesidad de mantener la disciplina laboral, y postergar aspiraciones sectoriales en favor del beneficio común.

Desde una óptica privatista, el plan era irreprochable en tanto tendía a producir una mayor acumulación interna, superar los ahogos externos, incrementar la producción y desacelerar la inflación. Claro que, aun cuando se procuraban repartir los esfuerzos, el mayor peso incidía sobre el sector asalariado.

Los precios agropecuarios experimentaron un rápido descenso del 40 % con relación a los precios industriales, en el trienio 1953/1955, por lo que fue imprescindible mantener subsidiados los precios de los alimentos, a fin de morigerar su impacto sobre el salario real que había descendido en un 21 % entre 1950 y 1952 por efecto de la crisis.

Si se tiene en cuenta que el objetivo fundamental del plan de coyuntura consistía en paliar la crisis - recién en el Segundo Plan Quinquenal se abordarían metas más ambiciosas, destinadas a atacar ciertas falencias estructurales -, puede afirmarse que resultó exitoso. Como resultado del esfuerzo interno realizado - y aun cuando éste implicó un apartamiento de la política inicial del gobierno - se logró una rápida desaceleración del ritmo inflacionario a partir de la segunda mitad del año 1952 ( que se acentuaría en 1953 y 1954 ), las exportaciones de 1953 crecieron en un 60 % en 1952 - con el consiguiente impacto favorable en la balanza comercial - y los niveles de actividad económica tenderían a recuperarse, al igual que las remuneraciones. Por cierto, influyó decisivamente la recuperación del agro, una vez superados los graves fenómenos climáticos que lo habían afectado.

Antonio Cafiero afirma acerca de los resultados del plan: " Todo ello se logró sin ayuda exterior, sin convocatoria internacional de acreedores, sin gran cambio, sin imponer a la clase más necesitada de la población sacrificios exagerados, sin lamentos ni llorosas claudicaciones, sin hipotecar al país ni rematar sus riquezas, sin represión obrera. Bastó, nada más, con apelar a las reservas morales del pueblo y de sus organizaciones económicas y sociales de trabajadores y empresarios, para obtener resultados que pudieron exhibirse como ejemplo mundial de disciplina y voluntad popular puestas al servicio de grandes objetivos nacionales ". Más allá de la visión en exceso laudatoria de quien había tenido activa participación en el diseño del plan, innegablemente la crisis se superó.

El peronismo lograría así atravesar la más difícultosa coyuntura económica de todo su período de gobierno, sin consecuencias políticas demasiado críticas. No cabe duda que en ello tuvo decisiva importancia la capacidad de convocatoria del gobierno, en especial sobre los sectores que tuvieron que afrontar el mayor costo social de la crisis, así como los altos niveles de remuneración y ocupación preexistentes, que actuaron como " amortiguador " del impacto recesivo.

La fallida conspiración de Menéndez y el triunfo electoral del peronismo no habían aquietado a la oposición.

Las relaciones del peronismo con el resto de las fuerzas políticas - sospechosas con razón de complicidad con los sediciosos - no habían mejorado. Sin embargo, el 1º de febrero, el dirigente socialista Enrique Dickman celebró una entrevista con Perón, la que daría origen a un acercamiento al régimen por parte de algunos hombres de esa agrupación, proclive a comprender el nuevo protagonismo de la clase obrera a través del peronismo.

Por cierto, la actitud " herética " - que un año después culminaría con la formación de un nuevo partido - produjo un arduo debate interno en el viejo socialismo, cuyos principales dirigentes - Palacios, Ghioldi, Alicia Moreau de Justo - se mantuvieron , irreductiblemente opositores. El socialismo se escindió, para permanecer - de acuerdo a sus mejores tradiciones " higiénicas y moralistas " - codo a codo con los demócratas en su lucha contra esa expresión de supuesto " fascismo vernáculo " que, incomprensiblemente, se nutría de la clase obrera. ¡ Cosas de la " política criolla " ... !

Poco después de ese hecho - el 3 de febrero - debía estallar una nueva conspiración. Esta vez, urdida por el coronel retirado José Francisco Suárez, experimentado en esas aventuras, al que se habían plegado varios cientos de civiles, así como numerosos oficiales en retiro y otros en servicio activo en la Marina y el Ejército, que habían podido sortear las " purgas " que siguieron al levantamiento fracasado de Menéndez, el año anterior.

El plan contemplaba la toma simultánea de la Casa Rosada, el Correo Central y el Departamento Central de la Policía Federal, pero su principal objetivo era la residencia presidencial en la avenida Libertador. Se utilizarían camiones pesados para derrumbar la verja de hierro circundante, permitiendo así que fuerzas de choque bien armadas entraran en el edificio y liquidaran a todos sus habitantes.

La elección de la fecha del 3 de febrero tenía un significado: había de coincidir con el centenario de la batalla de Caseros, donde había encontrado su final otra " dictadura sangrienta ". La línea histórica " Mayo - Caseros " en la que se reconocerían a sí mismos los fusiladores de la " Libertadora " en 1955, tenía allí un antecedente.

Sin embargo, la infiltración de un agente del servicio de informaciones de la Aeronáutica en las filas rebeldes, permitió alertar al gobierno y desbaratar el complot antes de la concreción del plan trazado. Los implicados fueron reducidos a prisión, junto con gran cantidad de miembros de la oposición política vinculados a esos hechos.

El gobierno procuró ocultar lo ocurrido, pero a la vez endureció notoriamente su actitud frente a la oposición. Según el historiador estadounidense Robert Potash, la reacción de Perón ante la amenaza contra su vida fue especialmente agresiva: consistió en la elaboración de un plan secreto de medidas a adoptarse en caso de reiteración de hechos similares.

Potash deriva la autenticidad de tales planes, de una copia de los mismos supuestamente hallada por el general Benjamín Rattembach, luego de la caída del peronismo. Si se acepta la veracidad de lo afirmado, se advierte que el peronismo mostraba proclividad a la violencia política, como respuesta a una actitud simétrica por parte de la oposición. De todas formas, y como se vería más adelante la " dictadura sangrienta " de Perón se mostraría mucho menos decidida a ensangrentar el país que sus adversarios, a quienes no les temblaría el pulso a la hora de oprimir los gatillos.

Poco después, en el mismo mes de febrero, se aprobó una compra de armas cortas, compradas a iniciativa de Eva Perón que finalmente fueron destinadas a gendarmería.

Otra secuela de la conspiración desbaratada fue el mayor control sobre las Fuerzas Armadas, y la exigencia de pruebas de adhesión al gobierno por parte de los oficiales que desempeñaban cargos de cierta relevancia. En general, el control político y la presión sobre la oposición se incrementó.

Eva Perón había sido intervenida quirúrgicamente el 5 de noviembre de 1951, pocos días antes de la elección que llevaría a Perón por segunda vez a la presidencia de la Nación. Dos semanas después de la operación, había reiniciado parcialmente su actividad pública. Sin embargo, aunque las informaciones oficiales se empeñaban en ocultarlo - y aunque el círculo que la rodeaba pretendiera engañarla - la salud de Eva Perón se quebrantaba día a día. Ella misma intuía la proximidad de su muerte y lo dejaba ver frecuentemente a sus allegados.

A principios de 1952, sus apariciones y discursos declinaron notoriamente. Tratada con radioterapia, un exceso de exposición a las radiaciones le habían provocado quemaduras en diversas partes del cuerpo, aumentando con ello sus padecimientos.

Sin embargo, con motivo de la celebración del 1º de mayo, Evita participaría por última vez del contacto directo con su pueblo. Llagada, quemada, lacerada por intensos dolores, Eva se obstinó - pese a las prohibiciones de sus médicos y a las evasivas de Perón y sus amigos personales - en concurrir a la Plaza de Mayo, para asistir a la concentración organizada por la C G T. Allí pronunció un discurso que sería el último dicho en actos públicos.

Una vez más - la última - su verbo emotivo y clasista, cargado de acentos revolucionarios y combativos, hizo vibrar las cuerdas más íntimas de la sensibilidad popular:

" Mis queridos descamisados: otra vez estamos aquí reunidos los trabajadores del pueblo, las mujeres del pueblo; otra vez estamos los descamisados del pueblo en esta plaza histórica del 17 de octubre de 1945, para decirle y darle la respuesta al líder del pueblo que hoy, en sus últimas palabras dijo " quienes quieran oír que oigan; quienes quieran seguir que sigan ". Aquí está la respuesta, mi general, es el pueblo, es el pueblo trabajador, es el pueblo humilde de la patria, que aquí y en todo el país está en pie y lo seguirá a Perón, el líder del pueblo ... porque ha levantado la bandera de la redención y de justicia de las masas trabajadoras ... ".

Conocedora - a raíz de sucesos recientes - de que los adversarios conspiraban, Eva alertó contra los enemigos " de adentro y de afuera ":

" Y yo le pido a Dios que no les permita a esos insensatos levantar la mano contra Perón porque ¡ guay de ese día ! Ese día, mi general, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria, muerta o viva, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista. Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora ... y que sepan los traidores que ya no vendremos aquí a decirle ¡ Presente !, a Perón como el 28 de setiembre, sino que vamos a hacernos justicia por nuestras propias manos ".

Y concluyó con una advertencia:

" El enemigo acecha. Los vendepatrias de adentro, que se venden por cuatro monedas, están también en acecho para dar el golpe en cualquier momento. Pero nosostros somos el pueblo, y yo sé que estando el pueblo alerta somos invencibles, porque somos la Patria misma ".

Eran algo más que meras palabras, y la oligarquía - que la aborrecía - lo sabía. Eva se identificaba con el subsuelo, con la raigambre más profunda del peronismo, con aquella que amenazaba constantemente desbordar los límites del movimiento policlasista, para alzar las banderas de los más desposeídos, de los sumergidos. Inquietaba el poder acumulado por esa mujer que sentenciaba: " ... para llegar a la única clase de argentinos que quiere Perón, los obreros deben subir todavía un poco, pero los patrones tienen mucho que bajar ". De alguna manera, la frase revelaba la intuición de un camino que el peronismo no atinaba a recorrer del todo: la clave de la continuación de la revolución emprendida, fincaba en que el esfuerzo recayera en quienes más tenían.

El 4 de junio de 1952, Juan Domingo Perón asumía por segunda vez la presidencia. Poco antes - el 3 de abril - había fallecido su compañero de fórmula, el vicepresidente Hortensio Quijano.

Ese día, se produjo la que sería la última aparición pública de Eva Perón. Contra la opinión de todos, se obstinó en concurrir al acto de asunción, por lo que debieron suministrársele fuertes calmantes.

En el marco de un día luminoso, las calles aledañas al Congreso Nacional y la Casa de Gobierno se llenaron de una multitud bulliciosa, que aguardaba la llegada de Perón y Evita. Como desde hacía seis años, las calles aparecían invadidas por esa gente de piel morena y ropas humildes, que afirmaba con sus festejos la continuidad del proceso que les permitía emerger, vivir dignamente, ser protagonistas. Podían mostrarse y recorrer la ciudad sin vergüenza. Hasta con " prepotencia ". Su grito - ¡ Perón ! - era la expresión de todo eso. Los otros, los que añoraban las épocas en que la ciudad - vacía y tranquila - era para ellos, miraban tras las persianas con inocultable sentimiento de " dignidad ofendida ": ¡ Cuántos años más habrían de soportar al " tirano "... ! ¡ Cuánto más el oprobio ... !

Hacias las primeras horas de la tarde, el presidente electo arribó al Congreso, para pronunciar el juramento constitucional. Luego, en un automóvil abierto y flanqueado por su esposa, recorrió la Avenida de Mayo hacia la Casa de Gobierno, acompañado por las habituales muestras de fervor popular.

Tras pronunciar el habitual discurso, en compañía de sus ministros, el Presidente se ubicó en el balcón de la Casa Rosada para asistir al desfile militar que cerraba el acto oficial.

El nuevo gabinete - ministros y secretarios - que acompañó a Perón, registraría ausencias y permanencias. Lo constituían: Angel Borlenghi, en Interior; Jerónimo Remorino, en Relaciones Exteriores; José María Freyre, en Trabajo; José Humberto Sosa Molina, en Defensa; Oscar Nicolini, en Comunicaciones; Román Subiza, en Asuntos Políticos; Franklin Lucero, en Ejército; Aníbal Olivieri, en Marina; Juan Ignacio San Martín, en Aeronáutica; Raúl Mendé, en Asuntos Técnicos; Juan Maggi, en Transportes; Alfredo Gómez Morales, en Asuntos Económicos; Miguel Revestido, en Finanzas; Pedro Bonani, en Hacienda; Antonio Cafiero, en Comercio Exterior; Rafael Francisco Amundarain, en Industria; Carlos Hogan, en Agricultura; Roberto Dupeyron, en Obras Públicas; Ramón Carrillo, en Salud Pública; Natalio Carvajal Palacios, en Justicia, y Armando Méndez San Martín, en Educación.

Permanecían muchos de los colaboradores del primer gobierno, tales como Borlenghi, el doctor Carrillo - responsable de la brillante política llevada a cabo en materia de salud pública - José María Freyre, y varios otros. Pero también había ausencias notorias: no estaba ni José Figuerola ( ex secretario técnico ), ni Ramón Cereijo ( ministro de Finanzas ), ni Juan Pistarini ( de Obras Públicas ). Por cierto, tampoco estaba ya Miguel Miranda - verdadero mentor y conductor de la política económica en los primeros años, renunciante en 1949 - ni el canciller Juan Atilio Bramuglia, reemplazado por esa misma época.

Las circunstancias en que Perón asumía no eran, por supuesto, nada favorables. A pesar de su sólido respaldo político - evidenciado en el amplio triunfo electoral - debía enfrentar una difícil situación económica y un recrudecimiento de la oposición.

La crisis económica se superaría, no así ciertas tendencias a la paralización interna, al crecimiento de la burocracia. Una especie de " fatiga " del régimen, después de las intensas transformaciones que habían dominado los primeros años de gobierno.

La muerte de Eva - ya próxima - y la desaparición del escenario político de algunos hombres " claves " de la primera hora - como el ya citado caso de Miranda o el de Domingo Mercante - contribuirían a acentuar esas circunstancias.

Poco le quedaba a Eva de vida. Tras el 1º de mayo, aún mantuvo una reunión en su lecho de enferma con los gobernadores peronistas, para convocarlos una vez más a defender la revolución que parecía vacilar.

El 4 de junio había tenido fuerzas para participar del acto de asunción de Perón a la segunda presidencia, acompañándolo entre manifestaciones de afecto del pueblo. Fue su última aparición pública.

Poco después - el día 29 de junio de 1952 - redactaría su testamento:

" Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo ... Yo estaré con ellos para que sigan adelante y por el camino abierto de la justicia y de la libertad, hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos, con Perón y con mi pueblo, para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes de los pueblos ".

En los días subsiguientes, se multiplicaron los homenajes oficiales y las iniciativas para construir un monumento en su honor. El 18 de julio, el Congreso le confirió el Collar de la Orden del Libertador General San Martín, con carácter vitalicio. Pero ninguna medida laudatoria sería comparable a la expectativa y el pesar popular frente a la proximidad de su muerte.

En el mes de julio, el diagnóstico médico confirmaba la irreversibilidad del proceso canceroso y de la inminencia del fin. Los informes oficiales y los rumores sobre su salud se sucedieron ininterrumpidamente en esos días, hasta que el 26 de julio de 1952 se efectuó el anuncio de la muerte de Evita: " Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al pueblo de la República, que a las 20.25 horas ha fallecido Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación " - expresó el comunicado oficial.

Al día siguiente, su cuerpo - embalsamado por el profesor español Dr. Pedro Ara, especialmente convocado a esos efectos - fue expuesto en el Ministerio de Trabajo y Previsión, colocado en el hall central del edificio, para permitir el acceso del público.

Mientras la C G T declaraba un paro de 72 horas, miles de personas desfilaron por la capilla ardiente, donde representantes de las fuerzas armadas y las organizaciones obreras montaban una permanente guardia de honor.

Afuera, bajo la lluvia, largas filas de hasta 35 cuadras de largo, esperaban pacientemente. Una de ellas, desde la diagonal Julio A. Roca llegaba hasta la Avenida Belgrano y Entre Ríos, atravesando la calle Perú, bordenado la Plaza de Mayo y continuando por Paseo Colón. Otra, por la Avenida de Mayo y 9 de Julio, llegaba hasta la Plaza de la República. El Ministerio de Salud Pública se vio obligado a instalar en las calles 1.000 camillas y 40 puestos sanitarios. La Fundación, también repartía frazadas, mientras que vivaques del Ejército distribuían comida y bebidas calientes en forma gratuita.

El día 9 de agosto, los despojos mortales de Eva Perón fueron conducidos al Congreso Nacional, donde proseguirían los actos de homenaje. Tras oficiarse un responso, diversos funcionarios pronunciaron los discursos con que se cerraron las despedidas oficiales.

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Al día siguiente, más de 2.000.000 de personas cubrieron el trayecto por donde se desplazó el cortejo fúnebre que conducía el cadáver de Evita hacia la sede de la C G T. El cuerpo, ubicado sobre una cureña arrastrada por representantes obreros, avanzó por Rivadavia, Avenida de Mayo, Hipólito Yrigoyen y Paseo Colón, flanqueado por la multitud y por gran cantidad de efectivos de las fuerzas armadas y de seguridad. Una salva de 21 cañonazos marcó el momento en que el ataúd con tapa de cristal fue depositado en el recinto funerario especialmente preparado en el segundo piso de la central obrera.

La fastuosidad de las honras fúnebres empalideció, sin embargo, frente a la manifestación espontánea del pueblo. Tanto durante la permanencia en el Ministerio, como en el traslado hacia el Congreso y la C G T, Buenos Aires asistió a una de las más conmovedoras y multitudinarias muestras de dolor colectivo que la historia registraba, sólo comparable acaso a la que acompañara - dos décadas atrás - las exequias de Hipólito Yrigoyen.

Interminables columnas de hombres y mujeres de toda edad, de prevalente condición humilde, desafiaron durante días y noches enteras la lluvia y el frío, con el único propósito de rendir su postrer homenaje a aquella a quien habían reconocido como la más expresiva bandera de todas sus luchas. Más allá de las oraciones fúnebres, de las honras y las declaraciones, el sentido de la vida y la muerte de Eva Perón se hacía inteligible ante la exteriorización de ese pesar popular, sincero y profundo, que encendería velas y levantaría altares en su memoria, hasta en los últimos rincones de la República.

También estaban, claro, los que festejaban. Los que pensaban que con Eva desaparecía uno de los aspectos más irritantes del peronismo.

Sin que su ausencia fuera la causa necesaria y suficiente, de allí en más se acentuarían ciertos vicios paralizantes. Ella, que quería estar siempre cerca del pueblo, de sus " descamisados ", que desconfiaba de los intelectuales y de ciertos arribistas, con su primitiva intuición, solía advertir a Perón sobre la peligrosidad de algunos adulones de turno.

La muerte había silenciado la voz de esa mujer que entendía que el peronismo " sería revolucionario o no sería ... " Sin embargo, la imagen de Evita quedaría plenamente perpetuada en la memoria colectiva de un pueblo.


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Textos cortesía de Carlos Vitola Palermo de Rosario, Santa Fe, República Argentina.


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